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José Carlos Rodríguez

Córdoba en Manhattan

No sé si la construcción de Casa Córdoba será buena o mala para la ciudad de Nueva York, que tanto aprecio. Lo que sí sé es que su prohibición será un paso atrás en las libertades de aquél país y lo acabará siendo también en nuestras libertades.

Se va a construir una mezquita en la zona cero de Nueva York, un recinto en cuya valla se apuestan los visitantes para dejar el enorme hueco que dejó el atentado islamista de 2001. Es una provocación intolerable y, como tal, no se debe tolerar. Esa es la queja de una mayoría de estadounidenses y de no pocos de los españoles que han visto la noticia. Adórnese como se quiera, con la voz de las víctimas, con artículos de muslimes arrogándose la provocación, con el vaivén de los políticos... Esta queja, esta llamada a que se prohíba la mezquita donde cayeron las torres gemelas, es humanamente comprensible pero no tiene razón suficiente para sostener esa pretensión.

Para empezar, no es una mezquita, sino un centro cultural, y no se construye en la zona cero, sino a dos o tres manzanas de distancia. Si la principal razón para prohibirla es que constituye una provocación, dejemos claras sus circunstancias, porque las circunstancias son las que le otorgan valor. Se erigen mezquitas en muchos sitios y a ninguna de ellas se le da esta carga simbólica. Esta no es una mezquita y no ocupará el terreno del world trade center. Es un centro cultural vecino. Estará destinado a "promover la integración y la tolerancia hacia las diferencias y la cohesión de la comunidad por medio de las artes y la cultura". Claro que podría ser falso, pero si de veras fuera una provocación estaría formalmente dedicado a promover la yihad contra el infiel.

Se le ha sugerido a sus promotores que elijan una ubicación distinta. Dos manzanas, al parecer, no son suficiente distancia. ¿Lo serían cuatro? ¿Cuál es el número de calles suficiente para una provocación tolerable? Es un problema moral harto difícil. Porque la provocación está siempre en el provocado. El que la ejecuta lo hace sabiendo, o no, los razonamientos del ofendido. Debería ser evidente, con sólo plantearse la cuestión, que no podemos conocer las mentes de todos los demás para hacer un cálculo exacto, ni siquiera aproximado, del fine tunning de la provocación. ¿Cuántas indignaciones desata una mezquita y cuántas un centro cultural? ¿Cuántos dejarían de ofenderse con cada calle que se alejase de la zona cero? Una mezquita en el Pentágono, ¿sería mayor motivo de escándalo? Hay una y, por el momento, no ha producido mayor problema.

Mucha derecha está indignada. Pero derecha y liberalismo no son la misma cosa. Es cierto que es en la derecha donde mejor se ha acogido a la libertad, pero no siempre el recibimiento es acogedor, como es evidente. Hay cosas que un buen liberal sabe por instinto, o porque lo ha estudiado, o por cualquier otra razón, pero que no le permitirán traicionarse. Como, por ejemplo, que en cualquier parte del mundo, pero más en los Estados Unidos, debería prevalecer la libertad religiosa. O, más precisamente, que esa libertad, como todas las demás, emana del derecho de propiedad. Y la propiedad del terreno ha decidido vendérsela a los promotores de Casa Córdoba, que así se llama el lugar. Debiera saber que nuestra ignorancia sobre todas las circunstancias que puedan derivarse de un curso de acción u otro nos aconseja que confiemos en el libre ejercicio de cada uno con lo suyo, para que vayamos descubriendo qué es beneficioso y qué no lo es. Y que debiéramos desconfiar de que el poder se arrogue el derecho a prohibir tal o cual acción legítima sólo porque la mayoría de la población le respalde.

No sé si la construcción de Casa Córdoba será buena o mala para la ciudad de Nueva York, que tanto aprecio. Lo que sí sé es que su prohibición será un paso atrás en las libertades de aquél país y lo acabará siendo también en nuestras libertades.

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