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José Carlos Rodríguez

Ecologismo y muerte

Por algún motivo, la lucha entre el ecologismo y los ciudadanos del continente africano que recurrían al DDT contra la cruel enfermedad resultó ser claramente desigual a favor de los primeros. Es decir, en contra de los últimos.

Una idea subyace a todo ecologismo militante: cualquier manifestación de la aplicación de la razón humana es mala. Cada nuevo logro de la tecnología, cada nuevo avance en su lucha por llegar aún más lejos desata los peores sentimientos ecologistas, que se dirigen contra toda creación que acabe sirviendo al progreso del hombre. Esta actitud ni siquiera tiene porqué fijarse con las tecnologías más avanzadas; basta con que sean lo suficientemente efectivas en el servicio al hombre.
 
Dicho así puede resultar chocante o exagerado. Pero el ejemplo de la malaria y el DDT deja claro que no lo es. Rachel Carlson publicó hace ya 43 años un libro llamado Primavera silenciosa, en el que hacía una pavorosa exposición de los males que se derivan el uso del DDT. Esto sencillamente no es cierto. No es dañino para la salud humana ni siquiera en dosis altas. Ese estudio científico que demuestre la incidencia del DDT en la salud del hombre está por escribirse. Cuando se han encontrado efectos nocivos del DDT, ha sido con cantidades muy grandes, sin relación alguna con las que se necesitan para luchar contra la malaria, y son todo síntomas reversibles sin incidencia duradera en la salud.
 
Pero esta sustancia mantiene a raya la malaria, una enfermedad que se había llevado por delante a millones de vidas en África. En la misma época en que Rachel Carlson publicaba su libro. Zanzíbar logró reducir la incidencia de la enfermedad de un pavoroso 70 por ciento en 1958 a menos de un 5 por ciento en 1964. La enfermedad, sin haber desaparecido, había dejado de ser una amenaza para la población. Por algún motivo, la lucha entre el ecologismo y los ciudadanos del continente africano que recurrían al DDT contra la cruel enfermedad resultó ser claramente desigual a favor de los primeros. Es decir, en contra de los últimos. El éxito ecologista en la política llevó a la prohibición prácticamente total del DDT.
 
Primero en los Estados Unidos, en 1972 y bajo el liderazgo estadounidense a gran número de países en África y otras partes del mundo. Y eso que un informe del mismo año de la Agencia de Protección Medioambiental (EPA) había concluido que “el DDT no es cancerígeno, mutagénico o teratogénico para el hombre”, así como que los usos de este pesticida para luchar contra la malaria “no tienen efectos perniciosos sobre peces, pájaros, la vida salvaje o para los organismos fluviales”. Pero como la política y la ciencia son realidades inconexas, se prohibió el pesticida y reapareció la enfermedad. Cada 30 segundos muere alguien en África (generalmente un niño) que muere de esta enfermedad, que hace medio siglo estaba prácticamente erradicada.
 
En estos momentos varios países están volviendo al uso del DDT, sin rival en su bajo coste y gran eficacia. Zambia ha privatizado sus minas de cobre hace pocos años. Esto ha permitido que los empresarios retomen el control sobre la seguridad en sus empresas, por lo que han recurrido al pesticida, cuyo uso estaba prohibido. El primer año en que se volvió a utilizar dicho pesticida, el número de casos de malaria en la zona cayó en un 50 por ciento y al año siguiente en otro 50 por ciento. 2004 era el tercer año consecutivo sin muertes por la enfermedad. El ejemplo de la iniciativa privada ha llevado al gobierno a financiar el uso (por otro lado muy barato) del DDT. Millones de africanos tendrán la oportunidad de agradecer que este ejemplo cunda y se desoiga el mensaje ecologista.

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