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José Carlos Rodríguez

En busca del tesoro

¿Qué sería de ese tesoro sin Greg Stemm y el Odyssey Explorer? Seguiría sirviendo de asiento de la vida marina, como ha hecho durante siglos. El Gobierno español, ¿qué puede reclamar de ese oro y esa plata? ¿Qué títulos tiene para ello?

En 1994 comenzó el sueño de Greg Stemm. Era el sueño de un adolescente: hacerse rico encontrando tesoros ocultos en las profundidades marinas. Él pensaba en el Sussex, hundido frente a las costas españolas trescientos años antes, en 1694, y que aún guardaría entre su casco grandes cantidades de oro acuñado en monedas.

Cuatro años después logró formar una compañía que pondría todo el capital necesario para que el Odyssey Explorer diera finalmente con el Sussex. A comienzos de 2007, la empresa se había dejado nueve años en un proyecto que había acumulado unas pérdidas fabulosas. Sólo en el primer trimestre de este año, 3,8 millones de dólares. Pero en su búsqueda del Sussex, no obstante, el Odyssey había encontrado otros pecios (yacimientos submarinos), y la empresa había decidido zambullirse en ellos. Con la ayuda de un nuevo barco, el Ocean Alert. Juntos sacaron del mar 17 toneladas de oro y plata que, tras hacer escala en Gibraltar, aterrizaron el 18 de mayo en la capital de Florida.

Desde España ya se habla de expolio puesto que, probablemente, el tesoro recuperado estuviera en "aguas españolas" y no internacionales, como reclaman los buscadores de tesoros. El escritor Pipe Sarmiento, que es experto en estas cuestiones, habla de "atentados contra nuestro patrimonio". Pero yo me pregunto, ¿qué sería de ese tesoro sin Greg Stemm y el Odyssey Explorer? Seguiría sirviendo de asiento de la vida marina, como ha hecho durante siglos. El Gobierno español, ¿qué puede reclamar de ese oro y esa plata? ¿Qué títulos tiene para ello? Como los antiguos piratas, está dispuesto a quedarse con lo que no le corresponde. Acaso los únicos que podrían exigir una parte serían los herederos de los legítimos dueños del botín sumergido, pero dudo que nadie pueda hoy sacar un título semejante.

Quien se lo encuentra, se lo queda. Ya sea por mero azar, ya por un proyecto que se ha prolongado por trece años, como este, y que bien podría haberse resuelto con un costosísimo fracaso. Gracias, precisamente, a que hay empresarios dispuestos a perder muchos años y mucho dinero en el empeño porque la recompensa puede resultar fabulosa podemos confiar en que parte al menos de la riqueza sumergida por la historia vuelva a salir a flote.

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