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José Carlos Rodríguez

¿Por qué Donald Trump? ¿Por qué ahora?

Los Estados Unidos son étnicamente cada vez más diversos, y es el Partido Republicano el que tiene que adaptarse, y no al revés.

El Partido Republicano está en crisis, como lo demuestran los dos candidatos que se disputan el liderazgo del partido en las elecciones presidenciales. Ni Ted Cruz ni Donald Trump tienen el visto bueno del establishment republicano, y todos los candidatos que estaban ungidos por la organización, como Jeb Bush o Marco Rubio, han sido descartados por los electores. Ni el dinero ni el respaldo de congresistas, senadores y gobernadores ha vencido las preferencias de los electores.

Hay un asunto en el que los republicanos se juegan su razón de ser; la inmigración. En las últimas elecciones presidenciales, los blancos eran el 72 por ciento de los votantes, y es el único grupo étnico que votó mayoritariamente por los republicanos: un 59 por ciento por el 39 por ciento que prefirió seguir viendo a Barack Obama en la Casa Blanca. La reelección de George W. Bush fue con cinco puntos más de voto blanco, el 77 por ciento. El resto de los votantes optan consistentemente, a veces abrumadoramente, por los demócratas. Como dice George W. Will, "en 1988, George H. W. Bush ganó el 59 por ciento del voto blanco, lo que se tradujo en 426 votos electorales. Venticuatro años más tarde, Romney ganó el 59 por ciento del electorado blanco y obtuvo sólo 206 votos electorales"

Cruz y Trump han prometido erigir una muralla que ponga freno a la llegada de más inmigrantes, y realizar deportaciones masivas, para poner coto a la inmigración ilegal y retrasar el reloj demográfico. Rayas en el agua. Los Estados Unidos son étnicamente cada vez más diversos, y es el Partido Republicano el que tiene que adaptarse, y no al revés. Por eso Marco Rubio, pese a su reciente abandono, sigue siendo un candidato adecuado para el futuro del Grand Old Party.

Pero ¿por qué para el futuro y no para 2016? No hay más respuesta que la constatación de las preferencias de los electores, que apuntan a un nombre. Donald Trump tiene el triunfo, en las cartas, por apellido. Su fortuna ha pasado por las visicitudes de una partida de naipes, ya que ha estado a punto de perder hasta la camisa, pero ha sabido rehacerse. Se indigna con Forbes porque la revista no le reconoce toda la fortuna que dice poseer. Quiso patentar la frase "¡estás despedido!", que utilizaba cuando presentaba un programa en televisión. Ha publicado un libro titulado Piensa a lo grande y ve pateando culos en los negocios y en la vida.

Un hombre así está inmunizado frente al pegajoso mal de nuestra civilización que es la corrección política. Es un manto especioso que cubre lo auténtico y verdadero. Y nos conduce, con una siniestra cayada, al redil del progresismo. Lo que tiene de ideológico lo tiene también de elitista, porque es el sub producto de una clase que se autopostula para dirigir nuestras vidas. La grey republicana se rebela ante ese elitismo, y Donald Trump ha sabido aprovecharlo. No es el último de los motivos el hecho de que él conozca a esa élite de primera mano. Ese es el motivo de que cada nueva inconveniencia, cada salida de tono, en lugar de perjudicarle, le reporta más y más votos. Y cuidado, porque el atractivo de Trump no se limita a los republicanos; hay algunos demócratas blancos que sienten el mismo rechazo hacia las élites, y para quienes en una elección entre Trump y Clinton II optarían por el primero.

El populismo tiene su propia tradición en los Estados Unidos, y no hace falta recurrir a otros conceptos venidos de fuera, como el fascismo, para explicar a Trump. Ese populismo ha aupado a algunos de los mejores líderes estadounidenses, como Thomas Jefferson o Andrew Jackson, y alguno de los peores, como George Wallace, pero es imposible entender la política de aquél país sin él. Los temores de que Trump pueda acabar por destrozar el partido conviven con la esperanza de que pueda sumar nuevas bases al mismo, procedentes de los trabajadores más humildes. En una encuesta realizada por la Rand Corporation, entre quienes consideran que no tienen a nadie que les represente, su candidato preferido es Donald Trump.

Entre sus potenciales votantes hay un sentimiento de decadencia y de amenaza, al que no son ajenos estos ocho años de Barack Obama. Muchos de quienes quieren "recuperar" su país creen que un hombre hecho a sí mismo, un bravucón, un fanfarrón impertinente y con dotes de mando, es lo que necesita el país. Y recuperarlo, piensan, pasa por una política nativista, xenófoba y proteccionista, que es precisamente lo que defiende Trump. El empresario es la última manifestación del populismo de los know-nothing. Un populismo viejo, a la espera de que otro candidato sepa articular un discurso refractario a las élites, pero con una base más amplia.

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