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José Carlos Rodríguez

Público caos

El caos generado en toda España por 2.000 personas sólo es posible en un sector público dentro de una sociedad capitalista. Tenemos la fragilidad propia de una sociedad compleja e interdependiente, pero sin disfrutar de todas las ventajas del capitalismo.

Ludwig Lachmann habla de la fragilidad del capitalismo. Lo hace en su libro The Structure of Production, el que hubiese querido escribir el propio Hayek de haber continuado reflexionando sobre economía. Una sociedad sencilla, con pocos bienes y mucho autoabastecimiento no puede paralizarse por la falta de un grupo pequeño de personas o por el descalabro de un sector entero.

El capitalismo es mucho más frágil en este sentido. Los bienes de capital son heterogéneos y complementarios. Es decir, se necesitan combinados los unos con los otros para proveer de los servicios necesarios. Y si falla uno de ellos, deja a los sectores que los necesitan sin un bien imprescindible. La economía se para.

Pero el capitalismo es también muy fuerte por otros motivos. Permite actuar racionalmente con una gran flexibilidad. Si cae algún servicio esencial, los beneficios de proveerlo con los recursos al alcance son enormes, y están ahí para que los aproveche el primero que llegue.

El caos generado en toda España y en parte del resto del mundo por dos millares de personas sólo es posible en un sector público dentro de una sociedad capitalista. Tenemos la fragilidad propia de una sociedad compleja e interdependiente, pero sin disfrutar de todas las ventajas del capitalismo. En una sociedad libre, el sindicato de controladores jamás habrían adquirido tanto poder. Unos trabajadores tan desleales a sus funciones hace tiempo que estarían en la calle. Y sólo los dispuestos a prestar los servicios que de ellos se espera podrían gozar de las privilegiadas condiciones que se corresponden con su función. Que, por otro lado, nunca serían tan extraordinarias como las que ha permitido la gestión pública.

No habrían llegado tan lejos, porque tendrían a un montón de candidatos formados esperando ocupar sus puestos. No habríamos llegado a este caos, ni se habrían tenido que quedar en suspenso algunos derechos fundamentales, como con el estado de alarma. En los servicios esenciales, más si cabe que en los demás, debemos optar siempre por la iniciativa privada.

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