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José Enrique Rosendo

Incompatible con el catastrofismo

España ha renunciado a la energía nuclear, que además de ser plenamente segura y poco contaminante, es con mucho la más barata. En cambio, nos gastamos ingentes cantidades de dinero en subvencionar las energías eólica y solar, que son carísimas.

Ya lo sabíamos, pero él lo ha repetido esta mañana en los desayunos organizados por Nueva Economía. El presidente Rodríguez Zapatero es un optimista nato, que se confiesa como alguien “incompatible con el catastrofismo”. De modo que, aunque le lleve la contraria a mi querido Alberto Recarte, no ve motivo alguno para las alarmas que advierten de la inminencia de una recesión económica en nuestro país, porque todo es pura y simple miopía maliciosa de la oposición, empeñada en ver el vaso medio vacío y en fastidiar la fiesta de vino y rosas que viven los españoles a diario.

Zapatero además se ha puesto para la ocasión el traje de don Tancredo y, tras reconocer que hay un encarecimiento del petróleo y del coste de la cesta, ha echado las culpas a no se sabe bien quién. Es más, le da igual, porque lo único que ha pretendido es exonerarse de responsabilidad ante la no-crisis, argumentando que el Gobierno de España no tiene margen alguno para abordar la solución a los nubarrones económicos que su antropológico optimismo es incapaz de detectar. Ya dije hace unos días que esta iba a ser la salida oficial del PSOE, y ahí la tenemos.

Sin embargo, los españoles no son tontos. Cuando Zapatero dice que no hay que ser pesimistas, se enfrenta a la cruda realidad de cientos de miles de mileuristas que pasan apuros para llegar a fin de mes, tras la subida del coste de la cesta de la compra, de los suministros básicos y de las hipotecas. El algodón no engaña y la propaganda política puede ser eficaz en todo menos en lo que uno experimenta a diario en sus propias carnes.

Donde Zapatero puede tener más suerte es en inocular al electorado el mensaje de que el deterioro de la coyuntura internacional es la única causa de los males económicos que empezamos a saborear. Es verdad que el precio del petróleo no resulta de la política de nuestro Gobierno. Sin embargo, España, que depende extraordinariamente del oro negro, sí podía haber adoptado medidas hace cuatro años que diversificaran nuestras fuentes energéticas. Y no lo hemos hecho. Es más, ni siquiera hemos sido capaces de lograr la interconexión eléctrica con Francia a través de los Pirineos catalanes, un proyecto que heredaron en fase muy avanzada de la anterior legislatura.

El coste energético en nuestro país no sólo depende del encarecimiento internacional. España ha renunciado a la energía nuclear, que además de ser plenamente segura y poco contaminante, es con mucho la más barata. En cambio, nos gastamos ingentes cantidades de dinero en subvencionar las energías eólica y solar, que son carísimas; o el carbón, a estas alturas y con lo que nos va a terminar costando Kioto. Es una cuestión de propaganda, desde luego; pero cara no sólo en términos crematísticos, sino también en términos de visión de futuro.

Es verdad que la subida de los tipos de interés depende del BCE y no del Banco de España. Pero no es menos cierto que el Gobierno podría haber decidido bajar la presión fiscal, en vez de subirla dos puntos en esta legislatura, con idea de incentivar el consumo y compensar el aumento de los costes financieros que sufren nuestras endeudadas familias españolas.

La inflación tampoco es exclusivamente un fenómeno nacional, sino que está contextualizada en el marco europeo. Pero convendría recordar que nuestro país es mucho más inflacionista que el promedio de la UE-15, y eso será por algo. De este rebrote brusco de la inflación se deriva que nuestra economía pierda competitividad global; sin embargo, las empresas españolas han echado en falta en este tiempo tanto una bajada del Impuesto de Sociedades, una rebaja de las cotizaciones y sobre todo una reforma laboral que hoy es ya imprescindible, puesto que estas medidas habrían permitido aumentar nuestra competitividad.

El aumento del paro es consecuencia de un cambio de ciclo económico. Pero en España, además, vivimos acongojados por la crisis del sector constructor e inmobiliario, que tendrá un doble efecto: reducir la riqueza media de las familias (aquí ahorramos enterrando el dinero en ladrillos) y generación de más desempleo, especialmente entre los trabajadores menos formados. Y con ello, tendremos un notable incremento de gasto social. La política de inmigración (nada selectiva) de nuestro gobierno va a hacer que muchos trabajadores inmigrantes escasamente cualificados se cuelguen de nuestro sistema de bienestar y, por tanto, de los presupuestos públicos.

Podríamos continuar. Pero no merece la pena. Zapatero es un optimista indomable. La duda es si su pose es una sólo una impostura electoralista o por el contrario, es que realmente empieza a confundir la realidad con el deseo. Esto último, desde luego, sí que sería catastrófico. Especialmente si gana las próximas elecciones generales: sólo a partir de que un enfermo se da cuenta de que lo está puede empezar a ponerle remedio a los males.

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