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José Enrique Rosendo

La inflación ¿a corto plazo?

Miguel Sebastián y el equipo económico del Gobierno deben tener como prioridad absoluta y urgente el cambio drástico y profundo de nuestra actual política energética.

No añadimos nada nuevo si decimos que, de los diversos problemas que tiene la economía española, uno de los más importantes es su inflación, que padece un diferencial considerable con respecto a la media de nuestros socios comunitarios. Aunque la propaganda oficial ha insistido hasta hace bien poco, y condicionada por las fechas electorales, en la idea de que el rebote inflacionario era coyuntural y que se diluiría a lo largo de este ejercicio, lo cierto es que no sólo no es así, sino que cabe esperar un largo periodo de dificultades.

En la actualidad hay dos magnitudes fundamentales que explican el alza de los precios, dejando de lado la expansión descomunal de la masa monetaria experimentada en el último ciclo. De un lado, el comportamiento del mercado de materias primas y de otro, y de modo particular, el precio del crudo y sus derivados, como el gas natural. Este último factor es determinante para la economía española, en la medida en que nuestro mix energético está altamente desequilibrado a favor del petróleo, que supone nada más y nada menos que el 85% del mismo.

Ahora bien, ¿qué está sucediendo con las commodities? Si analizamos el comportamiento de este mercado a nivel global durante el pasado siglo, podemos identificar dos claras tendencias: la alcista y la bajista. Estas se han sucedido con milimétrica similitud, ya que hemos tenido 51 años de mercado alcista y 49 de bajista durante el pasado siglo.

En concreto, los periodos alcistas han sido de 1906 a 1923; de 1933 a 1953 y el último de 1968 a 1982 (cuando llegamos a tocar el equivalente a 62 euros actuales el barril de crudo). Como vemos, la media de estos periodos alcistas es de 17 años. Y los expertos sitúan un nuevo bull market a partir de 1999, lo que quiere decir que, si tienen razón y repetimos la pauta cíclica, debemos esperar alzas en el crudo y en las materias primas hasta aproximadamente el año 2015. Malas noticias, desde luego.

Durante el último bear market de energía y materias primas (1983-1999), estas han estado a precios históricamente baratos y, ateniéndonos a una interpretación lógica, sustentada empíricamente, ello ha traído como consecuencia la escasez en la oferta frente a una demanda creciente, gracias a la incorporación a cotas de mayor bienestar de países asiáticos beneficiados de la mayor liberalización y globalización de los mercados internacionales que han comenzado a pujar para satisfacer su demanda doméstica. Y entonces pasa lo que pasa: oferta decreciente y demanda creciente significa subida de precios; ahí tenemos el ciclo alcista.

Si analizamos el mercado de petróleo, observaremos que la mayor parte de los pozos petrolíferos que se explotan en la actualidad son bastante obsoletos, porque los reducidos márgenes con que ha contado el sector en un largo periodo de precios bajos ha impedido afrontar las costosísimas inversiones de investigación y exploración; y por otra parte sus beneficios deben ser esperados, con suerte, a largo plazo. Muchos de los yacimientos vigentes tienen más de 50 años de existencia. Eso explica, por ejemplo, que Arabia Saudí comience a ver que sus reservas corren cierto peligro en un horizonte no más allá de veinticinco años. O que Indonesia, una superpotencia demográfica, haya anunciado que dejará de exportar petróleo a partir de 2009 y que en menos de cinco años se convertirá en importador de crudo. En Estados Unidos, por ejemplo, las últimas exploraciones datan de la primera mitad de los años setenta, hace casi cuarenta años.

El petróleo es un botón de muestra de este vasto sector. Igual ha ocurrido con muchas materias primas. Los productores iberoamericanos de café, por ejemplo, llevan muchos años desprendiéndose de sus plantaciones y sustituyéndolas por cultivos con mayor rentabilidad, debido precisamente a ese largo ciclo bajista. Pero el petróleo no es cualquier cosa: es el pulmón de nuestras economías y, en particular para España, como dije arriba, alcanza cotas dramáticas que, de momento, medio compensamos por la fortaleza del euro frente al dólar. (Ya veremos cuánto dura si la FED comienza a subir los tipos oficiales del dinero a partir del segundo semestre de este año, y si eso no conduce inevitablemente a un comportamiento parejo por parte del BCE.)

Pero la alternativa al petróleo tampoco ofrece muchas esperanzas. Por ejemplo, el bioetanol también está presionando los precios de las materias primas al alza. Brasil es el país pionero en esta solución y a la misma destina más de la mitad de su producción de azúcar, lo que lógicamente ha desproporcionado los precios de esta commodity. Igual sucede en este asunto con otros países y otros productos base para la producción de esta fuente energética.

A nivel global, una de las amenazas más importantes, casi trágicas, que podemos vivir es, como señaló hace días en una robusta columna Martin Wolf, el director de opinión del Financial Times, que la crisis resquebraje la liberalización y globalización de los mercados. Les voy a señalar dos ejemplos: el primero, las restricciones, por carácter político o medioambiental, que pueden sufrir las petroleras en su tarea de investigación y perforación de nuevos yacimientos petrolíferos; el segundo, la protección de mercados para garantizar el consumo interno, con el consiguiente perjuicio a la libre competencia entre oferta y demanda a nivel global y por tanto con el encarecimiento aún más de las materias primas.

Para España también existen esos riesgos intervencionistas. Nuestro país no puede permitirse por mucho más tiempo el alto grado de regulación en el sector energético. No se trata, como dijo el GEES aquí hace unos días, de no subir la tarifa eléctrica, porque intervenir los precios nunca ha sido una buena política económica: precios reales empujan a la eficiencia en el consumo y a la inversión en el sector. Se trata de empujar a un mercado realmente comunitario, como señaló Rafael Miranda en un reciente artículo en The Wall Street Journal, y desde luego de buscar una intensa reorganización de nuestro mix energético. Por ejemplo: ¿para cuándo la interconexión con Europa en electricidad y gas?

En materia agrícola, por otra parte, la política comunitaria ha sido un auténtico disparate sustentado en un trasnochado intervencionismo que ahora estamos pagando bastante caro. El mayor dislate para cualquier economista serio e imparcial es observar cómo se han destinado ingentes cantidades de dinero a los productores ¡para que no produzcan!

Si Europa quiere mantener y aumentar sus exportaciones, es decir, ser competitiva, necesita contener la inflación pero sobre todo debilitar su moneda. Pero esto tiene como contrapartida un incremento en nuestras importaciones energéticas y de materias primas. Europa va a hacer lo que más convenga a Alemania y a Francia (que tienen un mix energético mucho más equilibrado que el nuestro), no a España. De ahí que Miguel Sebastián y el equipo económico del Gobierno deban tener como prioridad absoluta y urgente el cambio drástico y profundo de nuestra actual política energética (para lo que se requiere al mismo tiempo una política internacional distinta a la que tenemos hoy en el Reino de España, sobre lo que hablaremos en un próximo artículo). Incluyendo, claro está, la nuclear; pero también, y sin disimulos, precios que nos empujen a una mayor eficiencia en el consumo. Sortear con trampa los ajustes no es una sabia decisión a largo plazo.

En Libre Mercado

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