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José García Domínguez

A traición

Conforme ordenan los protocolos de la guerra de Gila, el "líder" debiera haber sido alertado por conducto notarial, teléfono, correo ordinario y Twitter. Todo ello con al menos con una semana de antelación a proceder al asalto de su residencia.

Ya se nos había advertido en el pareado memorable que encabeza La Biblia en verso: "Nuestro Señor Jesucristo nació en un pesebre, donde menos se espera salta la liebre". Nadie se llame a asombro entonces si cuando el planeta permanecía en vilo a la espera de las represalias de Cebrián y Moreno, resulta que quien saltó raudo a dar el cante fue El Mundo. Y qué cante. La Traviata. Así, con Osama pidiendo tanda ante la puerta del infierno, un Carlos Fresneda conseguía sobreponerse por un instante al abatimiento para clamar en la edición digital: "El líder de Al Qaeda fue sorprendido a traición". Pues, conforme ordenan los protocolos de la guerra de Gila, el "líder" debiera haber sido alertado por conducto notarial, teléfono, correo ordinario y Twitter. Todo ello con al menos con una semana de antelación a proceder al asalto de su residencia.

No fuera a ocurrir que me lo pillaran reunido, desarmado o en comisión de servicios. Tal sería el modus operandi elegante, señorial y caballeroso que, como es lógico, procedería esperar del Ejército de los Estados Unidos ante trance semejante. Y, sin embargo, para escarnio del compungido Fresneda, resulta que lo han abatido "a traición", como si de un infame criminal prófugo se tratara. Cosas veredes, amigo Fresneda, que faran fablar las piedras. Al respecto, sostenía François Revel en célebre aserto que, hoy día, los requisitos para lucir la vitola de progresista se han democratizado tanto que restan al alcance de cualquiera.

Y es que, a fin de ser admitido en esa atalaya de la respetabilidad civil, basta y sobra con pronunciarse de modo sistemático contra los norteamericanos. Por norma. Se trate de lo que se trate. Siempre. Como en su día, el mismo 11-S por más señas, Leonard Boff, celebrado teólogo que, henchido de amor fraternal y cristiana compasión, dio en lamentar que solo un avión acertara a estrellarse contra el Pentágono. Porque ese ilustre hijo de Jehová, según pía confesión, habría deseado que fuesen veinticinco. O su igual, el entonces candidato a presidir la Generalidad, Pasqual Maragall, que se apresuró a justificar la matanza de Nueva York apelando a peregrinos agravios económicos que Ben Laden jamás mencionaría. Congratúlese, Fresneda, congratúlese. Como el Liverpool, tampoco usted caminará nunca solo.

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