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José García Domínguez

Blanqueando los sepulcros del Grapo

A partir de ahí, ímprobo, el trabajo del Winston Smith de guardia en Televisión Española. Y es que, entre la palabra de la Justicia y la del Camarada Arenas, el ente no duda: se queda con la del jefe de la banda.

En este viejo país ineficiente, la encargada de fabricar la memoria colectiva es la única empresa pública que funciona. Así los guionistas de Cuéntame, esforzados remedos domésticos del protagonista de 1984. Aquel Winston Smith siempre ocupado en retocar viejas noticias en la hemeroteca del Times para que los hechos históricos jamás osaran desviarse de la doctrina coyuntural del partido en cada instante del tiempo. Por algo, la máxima del Ministerio de la Verdad donde ocupaba sus horas: "Quien domina el pasado, domina el futuro, y quien domina el presente domina el pasado". Una intuición, por cierto, que asaltaría al propio Orwell tras su paso por la Barcelona revolucionaria.

Recuerda al respecto en Mi Guerra Civil Española: "En España vi por primera vez noticias de prensa que no tenían ninguna relación con los hechos. (...) Vi que la historia se estaba escribiendo no desde el punto de vista de lo que había ocurrido, sino desde el punto de vista de lo que tenía que haber ocurrido". Lo vio entonces e igual podría seguir viéndolo hoy. Sin ir más lejos, en el último episodio de ese serial, Cuéntame. Veintiséis de mayo de 1979, una secta de idiotas de extrema izquierda que se hacen llamar Grapo asesina a diez personas en la cafetería madrileña California 47. Apresados y juzgados, los autores de la matanza son objeto de condenas firmes que en todos los casos superan los doscientos años de reclusión.

Hasta ahí, sintéticos, los hechos. A partir de ahí, ímprobo, el trabajo del Winston Smith de guardia en Televisión Española. Y es que, entre la palabra de la Justicia y la del Camarada Arenas, el ente no duda: se queda con la del jefe de la banda. Atónito, lo acaba de referir en carta al director de El Mundo don Joaquín García Marquina, cuatro años de su vida migrando de hospital en hospital con la metralla de aquella bomba instalada en sus entrañas: "Para mi estupefacción, durante todo el episodio, los guionistas de la serie achacan la autoría del atentado genéricamente a los fascistas". Al punto de convertir a un facha de tebeo, amigo de uno de los protagonistas, "en el principal sospechoso de haber puesto la bomba". ¿Aclaración final? Nunca la hubo. Felicidades, pues, Oliart: otra línea reescrita.

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