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José García Domínguez

Charlatanería Solidaria

Siempre que la izquierda ocupe el poder político en un territorio, la movilización solidaria del conjunto de las fuerzas progresistas ante cualquier violación de los derechos humanos será directamente proporcional a la distancia con los acontecimientos.

"Le propinaron reiterados golpes y puñetazos por todo el cuerpo, pisándole la cabeza contra el asfalto y agarrándole del cuello para impedir que gritase [él suplicaba, diciendo que era hemofílico y que podría morir a causa de las heridas]. A pesar de que la víctima se lo hace saber [su enfermedad, por la que luego hubo de ser sometido a una transfusión urgente de sangre] y llora y ruega que no le sigan golpeando porque se puede morir, ellos continúan en su actitud en un claro desprecio a la vida de L.".

Acto seguido, otro "le metió la pistola en la boca" al tiempo que le amenazaba en los siguientes términos: "Si la juez te suelta, te podríamos matar. No serás el primero. Reconócelo todo, si no te tiraremos a un barranco". Veinticuatro horas más tarde, tras haber pasado la noche en una celda, L. fue puesto en libertad sin cargos y sin explicaciones. Al parecer, todo había sido un lamentable error: tenían que haberle pegado a otro, no a él.

¿Fragmentos del último libro de Michael Moore denunciando el fascismo que ha implantado en los Estados Unidos el siniestro Bush con la ayuda inestimable de los malvados neocon? No.¿Abu Ghraib? Tampoco. ¿Guantánamo? Frío, frío. ¿Cuartel General de los Marines en Kabul? Qué va. ¿Acaso párrafos literales de la sentencia emitida por la Audiencia de Barcelona a propósito del último caso de torturas acontecido en la comisaría de los Mossos d´Esquadra de la Avenida de les Corts de la Ciudad Condal? ¡Bingo!

Y enésima confirmación empírica de la Ley de Hierro de la Charlatanería Solidaria. Una evidencia científica que cabría formalizar más o menos así: siempre que la izquierda ocupe el poder político en un territorio dado, la movilización solidaria del conjunto de las fuerzas progresistas ante cualquier violación de los derechos humanos será directamente proporcional, primero, a la distancia en kilómetros al epicentro de los acontecimientos (cuánto más lejos ocurra el asunto, más solidaridad; cuanto más cerca, menos); y, segundo, al nivel de repulsa por Occidente que puedan acreditar las víctimas del oprobio (cuanto más nos desprecien, más apoyo, y viceversa).

Se comprende, pues, que el caso de L., un pobre inmigrante rumano afincado en Barcelona y encantado con el sistema capitalista, no haya suscitado la ira justiciera de absolutamente nadie. Ni de ninguna oenegé, ni de ningún sindicato, ni de los cantamañanas de la farándula, ni de las feroces estrellitas de TV3, ni de un solo columnista de prensa, ni, por supuesto, de partido político alguno. Con decir que ni siquiera ha conseguido interesar a la feroz antisistema Imma Mayol, a la sazón dona del Joan Saura, el eco-pijoprogre que pastorea con guante de seda y cerebro de mosquito la Consejería de Interior.

Ya se sabe, la Ley es así: igual para todos.

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