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José García Domínguez

Ciudadanos pasa por el aro

Ciudadanos resulta que acaba de pasar por el aro del privilegio foral, tan impregnado él de un inconfundible aroma a naftalina carlista, a cambio de nada.

Ciudadanos resulta que acaba de pasar por el aro del privilegio foral, tan impregnado él de un inconfundible aroma a naftalina carlista, a cambio de nada.
Rivera y Villegas | EFE

Ciudadanos, aquel esperanzador y novísimo partido abanderado de la modernidad cosmopolita y del regeneracionismo democrático, el que iba a acabar con el denostado capitalismo de amiguetes y con todas las herrumbrosas rémoras arcaizantes de la España invertebrada, esa cuyo muy obsceno paradigma tributario ilustran los extravagantes regímenes criptomedievales de los territorios vasco y navarro, resulta que acaba de pasar por el aro del privilegio foral, tan impregnado él de un inconfundible aroma a naftalina carlista, a cambio de nada. De nada de nada. Pues nada van a lograr en la Comunidad Foral de Navarra en pago a haber renunciado, acaso de modo ya definitivo, al afán higiénico de demoler ese escándalo que no conoce parangón alguno en ningún país de Occidente. En ninguno. Y si han tragado de grado con lo de Navarra, ¿a qué razón mínimamente convincente podrá apelar Rivera a partir de ahora para no rendirse también a bendecir el parejo privilegio vasco? A ninguna. Por eso solo resulta una cuestión de tiempo que repitan la genuflexión claudicante, esta vez ante el PNV.

Acaso sea porque yo no ando muy sobrado de imaginación, pero, resulte ser esa la causa o no, a mí se me antoja inconcebible, absolutamente inconcebible, contemplar a Macron, su admirado Macron, ofreciendo sus respetos a una estafa política e intelectual del calibre del régimen foral vasco-navarro, ese descarado tinglado fraudulento que se asienta sobre unos "derechos históricos" inventados a finales del siglo XIX en una mesa camilla de la Carrera de San Jerónimo. Tal vez Rivera lo ignore, pero esos pretendidos derechos ancestrales que ahora tanto dice respetar resulta que los creó de la nada una ley promulgada en las Cortes el 21 de julio de 1876. O sea, en términos históricos, una norma ingeniada hace menos de un cuarto de hora. Así, para gran contento de Ciudadanos, también de Ciudadanos, vascos y navarros no aportan ni un céntimo en el siglo XXI al Fondo de Suficiencia, el que canaliza la solidaridad financiera entre las regiones todas de España, merced a ese coladero decimonónico, el que Rivera ansía eternizar desde hace un rato.

Aunque, tratando de ese asunto, con demasiada frecuencia se olvida que no solo estamos ante un vulgar fraude contable disfrazado de inmemorial respetabilidad consuetudinaria. Porque el engendro jurídico que acaba de apadrinar Rivera con miopía digna de mejor causa remite en última instancia a un principio político anterior a la Revolución Francesa y propio, por el contrario, del Antiguo Régimen, cuando nada parecido al concepto de ciudadanía había sido acuñado aún como moneda de curso legal. Sucede que esos llamados derechos forales se asientan en la premisa de que en origen existe una relación bilateral entre la Corona y sus territorios, que no con los ciudadanos que en ellos habiten. Una vía argumental, esa, que en manos de los Herrero de Miñón de turno siempre puede conducir a cualquier despeñadero constitucional. Y de ahí, por cierto, que el asunto foral encandile a los carlistas de todos los partidos. Se empieza por Patatas Meléndez y se acaba reinstaurando la Edad Media. Para que después sigan diciendo que es el partido del Ibex.

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