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José García Domínguez

De roedores y catalanistas

Definitivamente, no tienen lo que hay que tener. Por eso perderán siempre. Siempre.

Definitivamente, no tienen lo que hay que tener. Por eso perderán siempre. Siempre.
Turull, Romeva, Forn y otros exmiembros del gobierno de Puigdemont en la Audiencia Nacional. | Cordon Press

Es universalmente sabido que en España nunca hubo franquistas, ni uno solo, y que los 35 millones de habitantes que constaban registrados en el censo en la época se pararon los ocho lustros que duró aquello corriendo todos ellos, sin excepción conocida, delante de los grises. Esa historia, la de la heroica resistencia del pueblo español contra la dictadura, constituye materia que a día de hoy no ofrece discusión ninguna. Lo que, sin embargo, no es aún del dominio público, si bien comienza ya a difundirse entre amplios segmentos de la opinión, especialmente de la catalana, es que tampoco nunca hubo nadie que propugnase, y mucho menos tratara de poner en práctica, vías ilegales y unilaterales, valga el pleonasmo, para lograr romper la unidad constitucional de España durante el muy animado otoño de 2017. Pues, de creer al Jordi de Òmnium, al otro Jordi que también gustaba en su día de dar gozosos brincos soberanistas sobre el capó de un vehículo oficial de la Guardia Civil y al jefe máximo de los 17.000 guardias locales de la porra (y de las pistolas automáticas y los fusiles ametralladores), en Cataluña jamás se produjo una declaración formal de independencia. Qué va.

Al parecer, todo fue un malentendido por parte de los simples que no fuimos capaces de comprender que se trataba de una simpática broma para pasar el rato. Un divertimento inocente, apenas eso. Son revolucionarios de pan untado en aceite. Su indignidad personal solo resulta equiparable a su cobardía colectiva. Ese bochornoso espectáculo crepuscular de las últimas horas, el de los roedores y roedoras que integraron la dirección coral que dio forma a la asonada mintiendo, negándose y desdiciéndose sin el más mínimo asomo de pudor, ni el más mínimo, todo con el único afán de librarse de cargar con la responsabilidad de sus actos en la cárcel, es ilustrativo de la calidad moral de esa tropa. Visto lo visto, no va a quedar más remedio que darle la razón al viejo Pla, el autor de aquella sentencia célebre dirigida al cómico de Els Joglars: "Vaya con cuidado Boadella, con mucho cuidado, que Cataluña es un país de cobardes". Conocía bien al paisanaje.

Y los de ahora aún son peores. Mas, Junqueras, Puigdemont, los hijos bienamados del Gran Ladrón, Rull & Turull (qué gran pareja artística hubieran hecho en las comedias de Ozores), Forn, la Forcadell… gente que ha tenido una vida regalada desde la cuna, tipos y tipas a los que todo capricho les había sido concedido sin mayor esfuerzo, seres criados entre algodones que han alargado el cuadro psicológico profundo de la adolescencia hasta las lindes mismas de la cincuentena. ¿Cómo entender, si no, ese insólito diagnóstico emocional tan suyo, esa desconcertante mentalidad de niños mimados que se asombran, y de un modo bien real y sincero, de que a ellos, nada menos que a ellos, los intocables reyes de la casa, se les pueda aplicar algo llamado Ley? Iban a dar un golpe de Estado con la esperanza cierta de ser recibidos entre mimos y carantoñas por parte de sus víctimas. ¿Se podrá ser más imbécil? Si el catalanismo político, en tanto que movimiento indigenista con vocación hegemónica y autoritaria, vale poco, su élite dirigente, y ahora ya lo sabemos con certeza absoluta, no vale nada. Esos tigres y tigresas de papel que se iban a comer el mundo se han venido abajo con apenas un soplido y quince días en la trena. Definitivamente, no tienen lo que hay que tener. Por eso perderán siempre. Siempre.

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