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José García Domínguez

El Chernóbil de la demagogia

Europa, patria universal del miedo, incapaz siquiera de mover un solo soldado a fin de acabar con una carnicería a cien kilómetros de sus fronteras, se conduce cada vez más como un niño malcriado.

A espera de lo que ocurra con las centrales de Japón, el Chernóbil de la demagogia ya ha estallado en las redacciones de los periódicos, cantera ahora mismo de una súbita inflación de avezados peritos en seguridad nuclear. Es sabido, en este negocio el más tonto fabrica relojes radiactivos. Así las cosas, ha empezado otra disputa soterrada donde el amarillismo cripto-ecologista y el pro-atómico juegan una y la misma baza: tomar por menor de edad a la opinión pública. Los unos, augurando la inminencia cierta del Apocalipsis de San Juan en los quioscos; los otros, pugnando por expandir el cuento de hadas de que un reactor termonuclear acarrea riesgos parejos a los de un molino de viento. Aunque lo peor es que, en el fondo, ni los unos ni los otros yerran la estrategia.

Europa, patria universal del miedo, incapaz siquiera de mover un solo soldado a fin de acabar con una carnicería a cien kilómetros de sus fronteras, se conduce cada vez más como un niño malcriado. Un niño que lo quiere todo porque, en su cosmovisión pueril, pretende habitar un mundo sin costes; un gozoso jardín de infancia en el que las recetas de los jarabes no conocen el apartado de las contraindicaciones. Al contrario de cuanto acontece en el aciago orden de los adultos, de continuo abocado a la condena de tener que elegir. Sin ir más lejos, la nuclear ni resulta una energía completamente segura, ni en absoluto se antoja imprescindible. A fin de cuentas, España podría desprenderse de ella hoy mismo. Nada nos lo impide.

Bastaría para ello con que renunciásemos de grado a confluir algún día con los países punteros del continente. Únicamente eso. Y es que, pese a importar el ochenta por ciento de la energía, como resulta ser el desolador caso, disponemos de alternativas. Por más señas, de dos: o nuclear, sí gracias; o bienvenidos a Portugal. Siempre nos cabrá elegir, pues. Mientras, en este pobre país tan dado al escapismo, cuestiones de Estado como la ubicación óptima de los residuos radiactivos constituyen una prerrogativa municipal. Prosaica bagatela sometida arbitrio de alcaldes de pueblo. Todo con tal de que nuestros supremos infantes, Zapatero y Rajoy, sigan esquivando las responsabilidades propias de los mayores. Qué Dios nos coja confesados.

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