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José García Domínguez

El clero ateo

¿Qué son, si no, los sagrados mandamientos del humanitarismo progresista más que un pobre sucedáneo, tosca réplica del cristianismo desprovista de cualquier misterio?

Romney, Santorum, Gingrich, Ron Paul, el propio Obama, Estado Unidos no resulta ser mucho más laico hoy que hace un siglo y medio, cuando Tocqueville  se quedaba perplejo ante la religiosidad que todo lo impregnaba en aquella república recién nacida. No otra es la verdadera diferencia entre el imperio y la vieja Europa poscristiana. Como tampoco otra es la fuente de esa mirada por encima del hombro, entre displicente y compasiva, que los intelectuales  del continente regalan con indisimulado  desdén a los yanquis. Víctimas aún de la superstición teísta, arcaica rémora premoderna, risible atavismo último del pensamiento mágico, sostienen con pía devoción positivista.

De ahí la sonrisa más burlona que irónica  con que nuestro establishment cultural gusta perdonar la vida a los americanos. Una altiva superioridad moral, la que se auto atribuyen, que de un tiempo esta parte ha devenido en genuino evangelismo ateísta. Al punto de que ya son legión los entusiastas predicadores de la muerte de Dios a este lado del Atlántico. Repárese para el caso en nuestros epígonos domésticos de Richard Dawkins, tan devotos prosélitos ellos de la fe cientifista. Acaso la suprema fantasía contemporánea sea pretender que vivimos en una era secular y secularizada. Nada más lejos de la verdad, sin embargo. En Europa, la religión salió por la puerta y ha vuelto a entrar por la ventana.

¿Qué son, si no, los sagrados mandamientos del humanitarismo progresista más que un pobre sucedáneo, tosca réplica del cristianismo desprovista de cualquier misterio? Como el sexo, el impulso religioso  forma parte quizá indisociable de la condición humana. Reprimirlo, tal como se afanan los inopinados herederos de la era victoriana, no lleva a su extinción. Al contrario. A imagen de ciertas perversiones de bragueta que se incuban en el puritanismo más obsesivo, también la religión negada vuelve a emerger bajo formas patológicas. En el fondo, esos descreídos sepultureros de altares no han hecho nada más que cambiar una sotana por otra. Así, emboscado tras el lenguaje en apariencia aséptico de la razón, late en ellos el propósito mesiánico de redimir a la humanidad, de reinstaurar el paraíso terrenal. Dígase lo suyo socialismo, libre mercado o culto por la ciencia, no es más que eso: religión sublimada. ¡Y se apiadan de los otros!

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