Es muy conocida la respuesta que ofrecía el maestro Pla cuando alguien le preguntaba si había leído determinado libro de Francesc Cambó: “Perdone. No lo he leído, lo he escrito”, zanjaba invariablemente el del Ampurdán. Sin embargo, otra anécdota memorable con los mismos protagonistas y mucha más miga que la anterior, ha caído en el olvido. Ni siquiera Ricard Fornesa, ese partisano que se batiera contra el Movimiento Nacional desde las inhóspitas trincheras de la abogacía del Estado, parece recordarla ahora. Sucedió durante el viaje en tren que ambos realizaron a Madrit, justo en el instante de proclamarse la República. Llegada la hora de la cena, Pla inquirió a un pálido y descompuesto Cambó sobre el particular.
- No, yo no ceno.
- Pues a mí, la verdad, me gustaría.
- Adelante, hombre, adelante, sin problema.
Cuentan los cronistas de eso que Unamuno llamaba la intrahistoria que en tal punto del diálogo, la mirada de Pla transmitió a su interlocutor una inequívoca insinuación monetaria.
- Ah, está bien, tenga, veinte duros.
- Muy bien, Don Francesc, muy bien.
- Pero deberá hacerme un recibo, Josep.
- ¿Un recibo por esta cantidad?
- Sí, un recibo. Todo se ha de justificar.
Entonces, el escritor anotaría con su minúscula y elegantísima caligrafía: “He recibido de Don Francesc Cambó la módica cifra de cien pesetas.”
Y sí señor, tenía más razón que un santo el caudillo de la Lliga Identitaria del Arancel Algodonero: todo se ha de justificar, todo. Pla, que era un artista, no entendía de esas cosas. Pero Fornesa y Pepe Montilla, dos currículums marcados a fuego por el estudio obsesivo de la economía, no las pueden ignorar. Pues ambos son devotos de Fray Lucca Paccioli, aquel sabio franciscano tan injustamente excluido de los altares. El iluminado que, en 1494, realizara un hallazgo infinitamente más importante que el descubrimiento de América: la contabilidad por partida doble, con su debe, su haber y sus tres libros canónicos de las cuentas bien cuadradas, el diario, el mayor y el balance de comprobación.