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José García Domínguez

El drama de la derecha en Madrid

Ese es el gran problema que tiene el PP, sobre todo el PP, a estas horas: ni Carmena ni Gabilondo despiertan temor alguno entre los suyos.

Ese es el gran problema que tiene el PP, sobre todo el PP, a estas horas: ni Carmena ni Gabilondo despiertan temor alguno entre los suyos.
Los candidatos del PP con Casado en la pradera de San Isidro | PP/David Mudarra

A falta de algún improbable milagro de última hora, lo de Madrid va a ser un desastre absoluto para la derecha, un desastre por partida doble y como se recuerdan pocos. No van a ganar el Ayuntamiento y van a perder la Comunidad. Lo dicen las encuestas con rara unanimidad, lo dice el olfato y lo dice la lógica política. Sobre todo lo dice la lógica política. Porque si algo sabemos sobre los condicionantes del voto popular tras cuarenta años de convocatorias electorales es que las siglas, la marca, tienen un peso incomparablemente superior, para bien y para mal, que la personalidad del candidato. Un buen candidato casi nunca tiene nada que hacer si mezcla su imagen con una mala marca, no así viceversa. En los buenos tiempos de Felipe González, por ejemplo, cualquier saco de patatas podía triunfar en una capital de provincia o en una autonomía con el logotipo del PSOE impreso en su cartelería. Los candidatos, y eso también hemos tenido ocasión de descubrirlo tras decenas y decenas de escrutinios, pueden aportar algo de su cosecha propia al resultado de la lista que encabezan, pero ni siquiera los más flojos y mediocres detraen votos al partido, al menos de modo significativo; en el peor de los casos, su efecto suele resultar neutro: ni suman ni restan. Probablemente, eso es lo que va a ocurrir en Madrid dentro de una semana.

Por lo demás, otra verdad evidente, o sea otro axioma de las campañas, es que con ellas no se pretende convencer a nadie para que cambie el sentido de su elección. Una buena campaña lo único que persigue es excitar a los propios ( para que acudan a votar) y desanimar a los del adversario ( para que se abstengan de ir a votar). En realidad, a eso se reduce todo el juego. Hay, por lo demás, muchas maneras de galvanizar a los propios y de deprimir al resto. Pero la más eficaz siempre es el miedo. Quien sabe generar miedo, sabe hacer agitación política. Y esa labor nada sencilla, la de introducir dosis crecientes de zozobra en el sentimiento de los votantes a fin de movilizarlos en las urnas, resulta tanto más factible cuanto más resalten los partidos su propio perfil ideológico. Una abuelita entrañable cuidadosamente vestida y peinada de abuelita entrañable, una abuelita entrañable que además cocine magdalenas y visite a las monjitas en sus ratos libres, no da miedo. Y un profesor viejo con aspecto de viejo profesor tampoco da miedo. Y lo que no da miedo no moviliza.

Ese es el gran problema que tiene el PP, sobre todo el PP, a estas horas: ni Carmena ni Gabilondo despiertan temor alguno entre los suyos. Eso habría sido factible para los propagandistas del PP si las tres listas de la izquierda madrileña se hubiesen lanzado a competir por captar al mismo electorado; bien al contrario, han suscrito un pacto de no agresión tácito que les permite desdibujar las aristas más izquierdistas y comprometedoras de su coalición implícita, ahora solo asociadas a un socio menor y secundario como es Podemos. La izquierda ha hecho algo muy inteligente en Madrid y por eso va a ganar. La derecha, en cambio, se ha empeñado en obrar justo al revés: en lugar de diluir tácticamente sus señas de identidad más divisivas a fin de anestesiar a la base sociológica de la izquierda, la desatada competencia entre los tres partidos que se reclaman de ella los ha empujado a remarcar con trazo cada vez más grueso su perfil doctrinario. Una absurda carrera para tratar de demostrar quién de los tres es más de derechas cuyo únicos ganadores van a ser los candidatos de la izquierda. Va a ser un drama.

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