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José García Domínguez

El espectáculo debe continuar

Tristes juntaletras apenas habilitados académicamente para dibujar el rabo de la “o”, se visten la toga del fiscal Vichinsky y, con el dedo acusador siempre en alto, obvian todas las fases de una investigación pericial.

En pocas ocasiones el oportunismo carroñero de la peor prensa amarilla habrá alcanzado ese umbral de la indecencia en el que, desde el instante mismo en que trascendió la noticia del accidente de Barajas, habitan todas las cadenas de televisión españolas, tanto da que sean públicas, mediopensionistas o privadas. Así, transcurrida ya una semana desde el siniestro, no hay canal que renuncie a la incesante, machacona, gratuita, hiriente, obscena recreación escénica del sufrimiento privado. Todos con sus cámaras y reporteros a la caza y captura de cuantos más familiares, conocidos o allegados a las víctimas quepa exponer en la pista central del gran circo catódico.

Macabro carrusel del morbo enfermizo y del más asqueroso tráfico mercantil con el dolor humano al que aún tienen el descaro de llamar “información”. En consecuencia, da igual la franja horaria o el número del botón del mando a distancia que uno apriete: “¿Qué se siente?”, pregunta invariablemente al otro lado de la pantalla algún cretino a la madre que acaba de perder a su hijo, a la viuda en el trance de identificar los restos del que fue su marido o al huérfano sobrevenido. Y junto a la atroz capitalización de la sangre esparcida y las vísceras calcinadas, el linchamiento no menos atroz del chivo expiatorio de turno.

Porque si vomitivo resulta el uso comercial que se está haciendo de los muertos, ese juicio sumarísimo seguido de la inapelable condena mediática contra Spanair no le anda a la zaga en cuanto a la consideración moral que merece. Tristes juntaletras apenas habilitados académicamente para dibujar el rabo de la “o”, se visten la toga del fiscal Vichinsky y, con el dedo acusador siempre en alto, obvian todas las fases de una investigación pericial conducida por ingenieros aeronáuticos que habrá de durar meses, con tal de zaherir a su indubitado culpable y provocarle, de paso, la ruina civil.

Naturalmente, a efectos procesales del auto de fe y el fuego purificador que marca el clímax de su liturgia, nada importa que no exista ni una sola prueba de negligencia que pudiera recaer sobre la compañía; ni que la antigüedad del avión no lo hiciera en absoluto inseguro; ni que todas las grandes flotas aéreas del mundo utilicen aeronaves del mismo modelo que la accidentada; ni, por supuesto, que ese aparato hubiera superado todas y cada una de las revisiones técnicas estipuladas por el Ministerio de Fomento.

Nada importa porque lo único realmente importante, el espectáculo, debe continuar.                  

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