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José García Domínguez

El Plan Hidrológico Nacional (de Cataluña)

Si el gran problema estructural de vertebrar España es el agua, el gran escollo estructural de intentar deconstruirla también habrá de ser el agua.

España, señores, ni fue una gloriosa creación de los visigodos, ni es invento que quepa atribuir a los Reyes Católicos, ni mucho menos debe su existencia a la vieja dinastía de los Habsburgo, igual que tampoco Felipe V de Borbón y su Decreto de Nueva Planta hicieron posible esta realidad sentimental compartida por (casi) todos que hoy conocemos. Eso son cosas de los viejos manuales de historia, de los políticos en periodo de celo electoral y de la literatura de cordel.

Porque lo cierto es que quien hizo que España sea España fue... la RENFE. O, para ser más precisos, su muy quebrada antecesora, la Compañía de los ferrocarriles Madrid-Zaragoza-Alicante. Repárese si no en cómo explican ahora mismo los manuales escolares de los nacionalistas aquel feliz hallazgo de optar por una estructura radial con tal de dar forma a los itinerarios que habrían de seguir las vías: las desoladas lágrimas de los autores casi salpican a los pobres niños llamados a memorizarlos.

Lloran con rabia retrospectiva, cierto; pero, sobre todo, lloran con razón. Y es que de sobras saben ellos que lo único que casa de modo indisoluble a las gentes y a los territorios son las infraestructuras comunes. Las infraestructuras inamovibles, ésas que una vez construidas ya jamás admitirán marcha atrás. Genuina argamasa de la vertebración nacional como la que representó el tren en el siglo XIX, y como podría haberla sido el Plan Hidrológico Nacional en el XXI.

De ahí que un socialista español, como Josep Borrel, no albergase ningún reparo al intentar ponerlo en marcha en su día. Y también de ahí que un nacionalista catalán, como Pepe Montilla, se manifestara radicalmente en contra del proyecto desde el principio. Al cabo, tanto la fantasía occitana de Pujol con el trasvase del Ródano como el tocomocho del PSC con sus desaladoras milagrosas no fueron más que sendas coartadas de urgencia pergeñadas para ocultar una evidencia estratégica. A saber: si el gran problema estructural de vertebrar España es el agua, el gran escollo estructural de intentar deconstruirla también habrá de ser el agua.

He ahí la razón última, la genuina, de su empecinada oposición al trasvase del Ebro que preveía el Plan Hidrológico Nacional (de España). Y he ahí la razón primera, la descarada, de su entusiasta apoyo al trasvase del Ebro que prevé el Plan Hidrológico Nacional (de Cataluña).

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