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José García Domínguez

El primer suicidio

La Policía de Asturias estuvo conversando un rato con ella cuando el agua sólo le cubría hasta las rodillas. Pero no se atrevieron a dar dos pasos para sacarla de allí. ¿La razón?: la hipotermia

El hombre que sabe demasiado sobre el 11-M estaba preocupado por todo menos por los riesgos de la hipotermia. La gran obsesión del testigo protegido era conseguir como fuera un chaleco antibalas y una pistola. Eso fue lo que les pidió a sus contactos en la Policía Municipal de Gijón, después de que la Dirección General de la Guardia Civil destapara su nombre en una nota oficial. Y, sin embargo, la madre de su hijo acaba de morir por culpa de la hipotermia. La Policía de Asturias estuvo conversando un rato con ella cuando el agua sólo le cubría hasta las rodillas. Pero no se atrevieron a dar dos pasos para sacarla de allí. ¿La razón?: la hipotermia.
 
Campillo, el guardia civil que grabó al hombre que sabe demasiado sobre el 11-M, tampoco parece alarmado por las hipotermias. No obstante, acaba de solicitar a sus superiores "protección especial". Teme por su vida, y ni siquiera dispone de su arma reglamentaria para defenderla: se la retiraron en el momento de darlo de baja por problemas psicológicos. Fanjul, el socorrista aficionado que paseaba por la playa, no está aquejado de ningún trastorno psicológico, circunstancia que refuerza la credibilidad de su testimonio. Y asegura: "Personalmente creo que la Policía no se mojó". Hubo de ser él, un ciudadano particular, quien lo hiciera. Permaneció durante cuarenta minutos en el agua. Solo. "Durante aquel tiempo no tuve ningún apoyo, allí no llegó nadie", dijo al volver a la arena. El auxilio llegaría después, cuando la mujer del hombre que sabe demasiado sobre el 11-M ya flotaba muerta sobre el mar.
 
De todos modos, contra lo que pudiera parecer, los suicidios de testigos protegidos en playas invernales no son infrecuentes. Sin ir más lejos, cuando cierto "Mister X" comenzaba a sonar como jefe de los GAL, un informante judicial apareció suicidado entre las rocas, frente a las olas. Únicamente un detalle suscitaría cierta extrañeza en los forenses que llevaron aquel caso, y no fue la hipotermia: antes del óbito, el ano del cadáver había sido desgarrado con una barra de acero.
 
Lo cuenta la prensa de Asturias: los padres de Lavandero también tienen miedo. Recelan por sus vidas, por la de su hijo y por la de su nieto, no de las hipotermias. Dicen que "hombres extraños" visitaban últimamente a la mujer en el club Horóscopo. El jueves pasado, ante el fiscal, el propio Lavandero fue más explícito; en su deposición testificó que tanto él como la madre de su hijo habían recibido numerosas amenazas.
 
Lo vieron cientos de personas en directo. Sólo faltó televisarlo. Durante cuarenta minutos, hasta que desapareció bajo el agua, la pareja del hombre que ha destapado la trama sobre el mayor crimen político de la Historia de España demoró su suicidio ante la atenta mirada de la Policía, que no se mojó los pies en el mar por temor a la hipotermia. La hipotermia, ese gran peligro que a todos nos amenaza en estos tiempos oscuros.

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