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José García Domínguez

El retorno de los brujos

A efectos electorales, la derecha descerebrada ha devenido una marca blanca –o negra, mejor– del Partido Socialista. También en Francia.

Desde el mismo día que la Komintern diera por roto su romance estratégico con Hitler para mejor combatir a las democracias dizque burguesas, el deporte favorito de la izquierda bienpensante consiste en alertar del inminente retorno triunfal del fascismo. Todo un clásico de la comedia bufa, ese compungido "Huy, que viene el lobo" ha vuelto a representarse en Francia con gran éxito de crítica y público tras la muy aseada nimiedad cosechada por las candidaturas del Frente Nacional.

Un temible lobito virtual, el del irredentismo ultramontano para consumo de las capas más acéfalas del censo, que, oh casualidad, siempre comparece en escena del bracete de los socialistas. Repárese al respecto en aquel entusiasta afán con que el PSOE crepuscular de Mister X apadrinó los intentos de Jesús Gil por reflotar a la extrema derecha, plebe audiovisual de Telecinco mediante. O recuérdese cómo Mitterrand logró extraer de la nada parlamentaria a Le Pen con una reforma de la ley electoral confeccionada a medida de los ultras.

Y es que el espectro apolillado del fascio cumple una impagable función dramática con tal de recrear el universo maniqueo, de héroes y villanos, tan caro al relato progresista. De hecho, si los fachas no existiesen, tendrían que inventarlos. Al cabo, a eso, a fabricarlos, dedican lo mejor de su imaginación a diario. Por lo demás, y aunque resulte de mala educación el auto citarse, uno ya advirtió en su día que la derecha española, siempre tan leal a esa tradición suya de comprar cualquier burra ciega que huela a perfume francés, mejor habría hecho releyendo a Revel –"Hablan de Tocqueville pero, no te engañes, sólo es por buscar en sus páginas el rostro de Luis XV"– antes de echar las campanas al vuelo por ese Sarko.

Aunque algo bueno cabe decir tanto del apéndice de la Bruni como de su igual, Chirac: rehusaron cualquier entente, ni la más mínima, con Le Pen. En justa correspondencia, la carcundia más montaraz y reaccionaria ha vuelto a entregarse en cuerpo y alma al servicio de esa beatífica socialdemocracia a la que todo debe. Por algo, a efectos electorales, la derecha descerebrada ha devenido una marca blanca –o negra, mejor– del Partido Socialista. También allí.   

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