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José García Domínguez

El verdadero problema es el islam

Afganistán nos cae muy lejos. Pero la aberración islámica en verdad relevante la tenemos en casa.

Océanos de lagrimitas de cocodrilo entre la opinión biempensante porque, ¡horror!, el islamismo radical acaba de recuperar el sillón del gran inquisidor en un remoto erial asiático. Como si el gran problema de una doctrina que niega la condición de seres humanos autónomos a la mitad femenina de la humanidad fuese eso que hemos convenido en bautizar islamismo radical. Como si eso, el llamado islamismo radical, categoría taxológica en la que están incluídos esos toscos barbudos de Kabul, fuese algo más que una expresión minoritaria y marginal dentro del islam; todo lo vistosa y telegénica que se quiera, sí, pero minoritaria y marginal a fin de cuentas. Esos cafres montaraces, los talibanes, resultan ser tan representativos del islam político contemporáneo como lo fueron en su día Sendero Luminoso o Pol Pot del comunismo canónico internacional antes de la caída del Muro. Encarnan la chusca anécdota folclórica, no la categoría.

Porque el genuino problema, la verdadera amenaza para los derechos y la dignidad de millones de personas, tanto hombres como mujeres, procede no de los toscos rupestres con el kalashnikov al hombro y sus chilaba raídas que hoy se enseñorean de todos los informativos de televisión del mundo, sino del muy respetable y respetado –por los multiculturalistas– islam como tal. La anomalía en términos civilizatorios es el islam, no los cuatro perturbados que periódicamente se hacen explotar en cualquier vía pública embutidos en cinturones explosivos. Al cabo, tanto los talibanes como el ISIS –y sus clubs de fans en las mezquitas-garage de muchos suburbios europeos– no dejan de ser un problema casi exclusivamente militar o, en su caso, policial. Y los problemas militares o policiales, si se quiere, tienen solución. Lo que no tiene solución es el islam ortodoxo, tópico y convencional. Ni la tiene ni la tendrá. Porque un sistema de valores inspirados todos ellos en el dogma que ordena fijar las reglas del orden social de acuerdo con lo establecido en un texto de la Edad Media llamado Corán, que no cosa distinta es el islam, solo puede repugnarnos a los herederos de la cultura occidental. Afganistán nos cae muy lejos. Pero la aberración islámica en verdad relevante la tenemos en casa.

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