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José García Domínguez

"Empezaron por los católicos, pero yo no era católico..."

Z no consigue salir del asombro y la contenida indignación tras descubrir, el domingo pasado, que los católicos siguen siendo católicos.

Con los principios de la ética cristiana, a ciertos agnósticos nos ocurre algo muy parecido a lo que confesaba José Bergamín de su relación con el marxismo: "Con los comunistas, hasta la muerte, pero ni un paso más". Eso significa que no sólo somos igual de carcas que todos esos partidos socialistas del resto de Europa que rehúsan copiar los experimentos de Z en materia de Derecho Civil, sino que se nos puede tildar de tan "reaccionarios" como los obispos, sin que ello comporte el menor riesgo de que nos ofendamos.

Y es que, al igual que los pastores de la Iglesia, aún nos empecinamos en no querer confundir relatividad con relativismo. Tampoco participamos, pues, de la superstición posmoderna consistente en pontificar a modo de dogma que ya no pueden existir absolutos, ni sobre el saber y el ignorar, ni sobre el bien y el mal, ni de orden moral y valores humanos. Tan antiguos somos que la brújula que nos ayuda a orientarnos por la vida apenas nos permite viajar desde Grecia, Roma y el cristianismo, o sea, desde la civilización, hasta el preciso límite que marca ese muro en el que los eternos adolescentes del sesenta y ocho garabatearon: "Todo vale".

Porque la tolerancia, entendida como un sinónimo de dimisión moral, nunca ha de ser para nosotros un valor. Y mucho menos, el Valor. Tan arcaicos nos queremos que nos repugna hasta la nausea el eclecticismo pueril que, aquí y ahora, ordena diluir en cómodas "opciones" cualquier imperativo ético; el que prescribe que todo principio habrá de ser susceptible de desvanecerse con la misma diligencia que las imágenes una pantalla de televisor ante los caprichos del mando a distancia.

¿También representaremos nosotros una grave amenaza contra la soberanía popular y el orden constitucional? ¿Emitirá un durísimo comunicado la Ejecutiva del PSOE el día que decidamos reunirnos en cualquier plaza pública? ¿Supondrá nuestra mera existencia una afrenta para el Gobierno equiparable, pongamos por caso, a los actos litúrgicos de la Iglesia? Porque Z no consigue salir del asombro y la contenida indignación tras descubrir, el domingo pasado, que los católicos siguen siendo católicos.

El PSOE acaba de enterarse y la noticia se le antoja una provocación inadmisible. Pues parece ser que la Iglesia continúa predicando exactamente la misma doctrina que le dictó Cristo hace veinte siglos. Vaya usted a saber, acaso ellos esperasen del Encuentro de las familias cristianas un canto a la poligamia y la esclavitud de las mujeres bajo el islam, esas respetables prácticas culturales que tanto ensalza la Alianza de Civilizaciones.

Sea como fuere, nos han puesto a un paso de tener que parafrasear aquellas palabras que, por cierto, nunca escribió Bretch: "Empezaron por los católicos, pero yo no era católico..."

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