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Antes de entrar en la reunión, ZP se había despedido de Pedro Jota. "He dado todas las instrucciones de seguimiento más absoluto de los currículos de los altos cargos para exigirles un comportamiento absolutamente impecable". Esa frase era lo único que el presidente era capaz de recordar ya de la perorata que acababa de colocarle a su invitado hacía un minuto.
 
En aquel instante, alguien del Comité de Listas para las Europeas mencionó en nombre de Borrell. "¡Corruto!", gritó en seguida uno con todas sus fuerzas. A continuación, el gran revuelo. Los participantes estaban alteradísimos, menos ZP que no prestaba atención a lo que ocurría a su alrededor. Tenía la cabeza en otro sitio. Perplejo, no podía dejar de pensar en cómo el otro iba a ser capaz de llenar siete páginas de El Mundo sólo con sus ideas de gobierno. Pero como en ese momento de tensión todas las miradas se dirigieron hacía él, no le quedó más remedio que aterrizar en la sesión. "¿Qué dice?", preguntó entonces a una ministra, estratégicamente sentada a su lado. "Correto; ha dicho correto", mintió la otra. "Ah, vale", murmuró el jefe. "Voy a complacer a mi hombre de confianza con el mejor método que conozco", se dijo para sus adentros. Fue cuando se puso de pie y, dibujando una enorme sonrisa, proclamó ante la mirada atónita del gritón: "Nuestro candidato no puede ser otro que Pepe Borrell".
 
De un país que es capaz de entregar su destino a alguien cuya única experiencia laboral ha sido ejercer de profesor ayudante a tiempo parcial y sin sueldo en León, se puede esperar cualquier cosa. Por eso, lo de Borrell no ha sorprendido a nadie. Estos días, la izquierda mediática babea fascinada ante los zulos de juguete de ese pensador vasco, El Cabra. Pero no quiere recordar los agujeros de verdad que cavó El Pernas para esconder expedientes cuando el cabeza de lista era secretario de Estado de Hacienda.
 
El Pernas, El Huguet y El Aguiar fueron los mandos de la tropa de asalto tributario rápido que el candidato desplegó en la época del terror fiscal. Comparado con la ferocidad de la persecución inquisitorial que la banda de los amigos de Borrell emprendió contra cualquiera que supiera ganar dinero sin pertenecer al PSOE, ese etarra jubilado pasaría por un monje cartujo.
 
Por eso, cuando Jon Sistiaga dé por concluida la hagiografía por entregas del terrorista, no sería mala idea que los informativos de Tele 5 iniciaran una serie de reportajes sobre los veintidós pisos que uno de los talibanes de Borrell supo comprar en Barcelona. O un especial que hiciera pedagogía entre los espectadores sobre técnicas de ahorro. El modelo podría ser de otro amigo del elegido por ZP, Josep Maria Huguet, que sólo en una cuenta de la Banque Paribas de Suiza fue capaz de reunir unos ahorrillos de 247 millones de pesetas con su sueldo de funcionario. Seguro que batirían records de audiencia Y es que aquello, y no lo de ese cafre que quería imitar al Che era para echarse al monte.

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