Hasta su comparecencia ante la Comisión, habíamos sido víctimas de un engaño masivo. De tal modo que unos lo teníamos por Mister Chance; otros, por Mister Bean; algunos, por Forrest Gump; los más, por Bambi; y todos, por un chico de provincias que no sabía demasiado y al que le venían grandes las costuras del traje. Caímos de bruces en la celada. Sólo los "despojos humanos" de Balbás y las parteras de ese proyecto secesionista que ahora responde por Tripartito intuyeron enseguida el material del que estaba hecho el personaje. De ahí que no dudasen ni un segundo en auparlo a la Secretaría General del PSOE. No erraron: era su hombre.
Y es que, hasta hace cuarenta y ocho horas, únicamente la Madre María Teresa del Resentimiento, siempre a su diestra, y el fiel Pérez Vishinski, a la siniestra, alardeaban del desprecio revolucionario por la ética pequeño– burguesa, esa decadente moral no sometida a los imperativos de la praxis política. Y continuó siendo así mientras el reloj de las Cortes no marcó las nueve de la mañana del lunes. En ese preciso instante, el presidente abrió por la primera página la opera prima de Telesforo Rubio que antes guardara bajo el brazo. Luego, leyó para sí la dedicatoria: "La verdad es aquello útil al Partido; la mentira, lo que le es perjudicial". A continuación, izó la mirada del papel, la clavó en Eduardo Zaplana, y comenzó su deposición.
De lo que ocurrió durante las siguientes quince horas, el único culpable sería el puro azar; simplemente, el fontanero de guardia confundió las instrucciones, eso fue todo. Así, Rodríguez, aún aturdido por el madrugón, creía recitar De profundis, mas era la versión esdrújula de El retrato de Dorian Gray lo que para entonces ya declamaba a borbotones. Bien, pues, al instante, e igualmente por puro azar, devino el prodigio: un nuevo misterio de las caras de Bélmez, corregido y aumentado, nada menos que en el mismísimo Palacio de La Moncloa.