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José García Domínguez

Esta guerra la vamos a ganar

El problema catalán no lo van a resolver las urnas, ni el Código Penal ni tampoco ningún 155.

El problema catalán no lo van a resolver las urnas, ni el Código Penal ni tampoco ningún 155.
EFE

Bien, ya hemos vuelto a salir a la calle todos, tanto ellos como nosotros. Ellos eran muchos y nosotros también éramos muchos. Nada nuevo. Lo de siempre. En Belfast el voto no cambia nunca. Pase lo que pase, los protestantes votan siempre a los protestantes y los católicos a los católicos. Como en Bélgica, otro rincón aciago de Europa donde tampoco los avatares siempre erráticos de la realidad cuentan a efectos de que un solo valón deje de votar por norma a los partidos valones o un solo flamenco se abstenga de proceder de idéntico modo con las formaciones flamencas. Cataluña es igual. Y no ahora, por cierto, sino desde siempre. Porque que hoy se antoje clamorosamente evidente la fractura civil no significa que antes dejase de ocurrir lo mismo, aunque de modo velado. La suma de los votos populares que obtenían en la década de los ochenta las candidaturas de CiU y ERC era la misma, exactamente la misma, que cosecha ahora el agregado de Junts per Catalunya, Esquerra y la CUP. Y otro tanto ocurre con el bloque españolista. Lo dicho, nada nuevo.

Cataluña no es un solo pueblo. No lo es en absoluto. Quizá en algún instante remoto ocurrió tal cosa. Pero si ocurrió, nadie entre los vivos lo recuerda. No somos un solo pueblo, habría que estar ciego para ignorarlo, y lo más probable es que ya no lo seamos nunca. Porque las lealtades nacionales si a algo se parecen es al chicle: una materia en extremo maleable y pegajosa, sobre todo pegajosa, que una vez adherida a cualquier tipo de superficie resulta muy difícil de eliminar. Por eso deberían perder toda esperanza tanto sus optimistas como los nuestros. Porque el problema catalán no lo van a resolver las urnas, ni el Código Penal ni tampoco ningún 155. El problema catalán solo lo puede resolver la demografía, pero ese es un general cuyos ejércitos avanzan a exasperante paso de tortuga.

Nuestros optimistas creen que el asunto se empezaría a arreglar en el instante en que se pudiera acabar con el adoctrinamiento en las aulas. Pero se equivocan. El adoctrinamiento, esa ingeniería social en la que tantas esperanzas habían depositado los separatistas, no funciona. Si funcionase, Hospitalet y Santa Coloma lucirían abarrotadas ahora mismo de activistas de la ANC y de los CDR. Pero ahí curiosamente no hay ni uno. En Hospitalet y en Santa Coloma, ni están ni se les espera. Porque el adoctrinamiento solo es eficaz con los que ya llegan adoctrinados de casa. Únicamente con esos. Si algo nos ha enseñado el procés a todos, tanto a ellos como a nosotros, es que no hay atajos. Procede dejar de fantasear, pues, con las guerras relámpago y con los remedios mágicos. Esta va a ser una larga, larguísima contienda de trincheras carente de grandes hitos épicos y de victorias espectaculares. Un enfrentamiento que, como mínimo, va a estar presente de forma cotidiana en la existencia de toda una generación de españoles, la que ahora justo se asoma a la edad adulta. Como mínimo, digo. Será larga, muy larga, sí, pero la vamos a ganar.

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