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José García Domínguez

Estaba muerto y bien muerto

Eso no tiene ya ningún recorrido. Ninguno. El 'proceso' está tan muerto como el propio Mas.

Busquen en un mapa provincial la ubicación exacta del municipio que responde por Amer, población situada a medio camino entre las urbes de Olot y Gerona, y darán ustedes con el muy preciso escenario donde el general Cabrera, más conocido por el Tigre del Maestrazgo, impuso su ley implacable, que era la de la Cataluña ultramontana, cuando las guerras carlistas. Bien, pues justo de ahí viene ese Puigdemont. Y no por casualidad. Porque, al igual que el PSOE ha acabado convertido en un partido andaluz con alguna que otra ramificación secundaria más allá de Despeñaperros, Convergencia, el derruido palo de pajar que izara Pujol hace medio siglo en el santuario de Montserrat, ya no es hoy otra cosa distinta que la expresión política de la vieja Cataluña profunda, la rural y ruralizante. Al cabo, los genuinos anticapitalistas, los de verdad, no son esos pobres pardillos de la CUP que acaban de ser fagocitados por el Movimiento Nacional, sino los representantes del tardocarlismo travestido de laica modernidad que se conoce por catalanismo político y cuya suprema expresión destilada encarna Puigdemont.

Un creyente sincero amamantado desde su más tierna infancia en la mística mesiánica propia de la causa. Nada que ver con la colla de pijos oportunistas y cínicos de la zona alta de Barcelona que daban forma al sanedrín del difunto Artur. Por lo demás, así como el sanguinario carajal carlista del XIX respondía a una querella por entero española, la convulsiones de la actual política interna catalana remiten igualmente a ese marco común español. Los catalanistas creen que ellos están pilotando un proceso original de ruptura con el Estado, pero todo lo que aquí viene ocurriendo desde que estalló la crisis no deja de constituir una vulgar reproducción a escala de cuanto sucede en el resto de la península. Así, hasta que nuestro capitalismo castizo comenzó a venirse abajo en 2008, en España mandó la clase media, a veces agrupada en torno a las siglas del PSOE, otras apiñada alrededor de la marca PP.

Mucho más extenso que en el resto del país, ese grupo social constituyó la base del poder de CiU en Cataluña a lo largo de un cuarto de siglo. Un paisaje político, aquel tan familiar y previsible, que la Gran Recesión terminaría llevándose por delante de idéntico modo que en la Europa del Sur toda. La emergencia de una nueva izquierda radical, tanto en Cataluña como en los demás territorios, sería la primera consecuencia de esa puesta en cuestión del viejo orden hispano. Una falla sistémica ante la que el establishment político-mediático madrileño y catalán han reaccionado de modo bien dispar. El de la capital, dando palos de ciego; el de Barcelona, tratando de sortear la amenaza contra su hegemonía por la vía de pilotar la agitación separatista.Y así llegamos al 27 de septiembre último. Instante procesal en que el proceso se reveló un fracaso.

Aquello, recuérdese, era un plebiscito. Un plebiscito que perdieron los separatistas. Por poco, muy poco, sí, pero lo perdieron. De ahí que la vía insurreccional esté abocada desde aquel fiasco a un callejón sin salida. Y lo saben. Mejor que nadie lo saben. Porque sin una mínima legitimación política emanada de las urnas, cualquier esperanza de encontrar alguna complicidad en la comunidad internacional tras la eventual ruptura con la legalidad española es pura fantasía. Nadie los reconocería. Absolutamente nadie. Eso no tiene ya ningún recorrido. Ninguno. El proceso está tan muerto como el propio Mas. Así las cosas, si ese Puigdemont resultase ser un poco inteligente en la intimidad tratará de reconducir la táctica de CDC hacia la confluencia con los partidarios del referéndum. Será la única vía de escape racional que evite un colapso en toda regla. O eso o la huida hacia delante con el cierre del grifo financiero por parte del Fondo de Liquidez Autonómica, esto es la suspensión de pagos total de la Generalitat, amén del 155. Otra carlistada que acabaría mal.                      

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