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José García Domínguez

Grecia no es ninguna amenaza

Nuestro sistema económico, el libre mercado 2.1, es un gran edificio intelectual que se fundamenta en un principio simple: los beneficios son privados, pero las pérdidas se socializan. Imposible comprender el sentido lógico de la doctrina de la austeridad que está estrangulando a los países del sur de la zona euro sin reparar en ese axioma germinal. Y es que no tiene otro. He ahí, paradigmático, el ejemplo griego. Principios del siglo XXI, una cleptocracia clientelar ligada entre sí por lazos de amistad y parentesco malgobierna Grecia como ya antes hicieran sus padres y abuelos. Esa élite corrupta e irresponsable se topa, sin embargo, con un entorno muy distinto al que moldearan sus ancestros. Merced a unos cuantos trucos contables de trilero, el país posee ahora una moneda fuerte, no aquel triste abonado habitual a las montañas rusas que respondía por dracma. Una moneda de verdad con la que se podrían conseguir créditos de verdad. Y se consiguen. Así, los antaño recelosos banqueros alemanes entregarán alegremente a esos hijos de sus padres un total de 53.000 millones de euros. Calderilla al lado de los fajos de billetes que están dispuestos a meterles en los bolsillos sus iguales franceses: 75.000 millones.

Atenas era una fiesta. No se recordaba nada igual desde los tiempos de Aristófanes. Y en esto llegó la Gran Recesión. Grecia, huelga decirlo, sería la primera en quebrar. En el viejo libre mercado 1.0 las bancarrotas, es sabido, se resolvían con la pura y dura suspensión de pagos. Pero eso era cuando antes. Bien al contrario, el arcaico dogma liberal de que cada palo debe aguantar su vela resulta por completo ajeno a la novísima filosofía del libre mercado 2.1. En inexorable consecuencia, aquel dinero que los necios banqueros alemanes y franceses jamás iban a recuperar de los arruinados ciudadanos griegos tendrán que devolvérselo los contribuyentes europeos, empezando por sus propios compatriotas alemanes y franceses. Si se entiende eso, se entiende todo. Si no se entiende eso, nada se entiende. ¿O acaso resta algún ingenúo que todavía presuma que los rescates fueron diseñados para rescatar de verdad a alguien? Véase el mismo caso griego: cuanto más los rescatan, más se hunde el país en la miseria. Merced a los rescates encadenados, el PIB de Grecia ya se ha desplomado más de un 20%. Una guerra no hubiese provocado efectos demasiado distintos. Un par de rescates más y Grecia volverá a la Edad de Piedra.

Yanis Varoufakis, el economista que asesora a Syriza, un académico de prestigio mundial (su obra más conocida, El Minotauro global, ha sido publicada en España por Capitan Swing, aunque con traducción harto mejorable) lo llama austeridad Ponzi. Las pirámides de Ponzi, recuérdese, son esas estafas en las que los pobres incautos que pican el anzuelo pagan los intereses de su "inversión" con el mismo dinero aportado o con el de otros pobres incautos que han picado más tarde. El dinero, en realidad, no se invierte en nada. Y la fantasía de la riqueza milagrosa únicamente se sostiene en pie mientras crezca la cantidad de nuevas víctimas. En el instante mismo en que dejan de afluir pardillos, el tinglado todo se desploma. La estafa intelectual de la austeridad Ponzi opera de modo muy similar. A los Estados en quiebra se les ofrece el señuelo de reducir su gigantesca deuda a cambio de "apretarse el cinturón" y aceptar nuevos préstamos, ahora públicos, para responder a los vencimientos presentes de sus bonos soberanos.

Igual que en la versión clásica del timo, el dinero no se invierte en nada. Al tiempo, la reducción impuesta de la demanda pública provoca la consiguiente caída del PIB. Algo que se traduce de inmediato en la reducción de los ingresos tributarios del Estado. Lo que a su vez lleva a que se dispare otra vez el déficit. Desajuste en las cuentas que solo se puede cubrir recabando nuevos créditos, dinero fresco que se apresuran a conceder raudos los herederos de Ponzi. Consecuencia: un nuevo incremento añadido en la deuda astronómica del principio. Suma y sigue. Más austeridad. Más déficit. Más desajuste fiscal. Más deuda. Y más amortización de bonos soberanos en manos del sistema financiero privado con nuevos bonos soberanos en manos del BCE. Así, hasta que toda la deuda incobrable del sistema financiero alemán sea endosada a los contribuyentes europeos. Y los piigs, en bancarrota como el primer día. Lo que vote Grecia no es ninguna amenaza. Todo lo contrario, es una esperanza.

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