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José García Domínguez

Javier Krahe

En el aquí y ahora poscristiano, acaso ya nada resulte menos heterodoxo que hacer público escarnio de la religión. Muy al contrario, pocos gestos como ése revelan más pacata servidumbre, mayor sometimiento al orden dominante.

El Sistema, con la maquiavélica, artera, perversa tolerancia represiva que denunciara Marcuse, acaba de ensañarse con el pobre Javier Krahe. Al punto de que la Fiscalía maquina condenarlo a la absolución. Ni un solo día de cárcel, ni una multa, ni tan siquiera una mísera inhabilitación. Nada. Ellos saben ser crueles cuando se lo proponen. Adiós, pues, al soñado exilio parisino. Adiós a palpitantes ruedas de prensa internacionales en repulsa de la retrógrada dictadura de las sotanas. Adiós a los airados manifiestos de intelectuales roqueros denunciando a la eterna España negra, luz de Trento y martillo de herejes. Adiós, ¡ay!, a las muchachas en flor deslumbradas por el aura heroica del incorruptible resistente a la barbarie clerical.

Adiós dulce pájaro de la juventud que, ahora sí, nunca volverá. Bon jour tristesse. Tan cruel, tras la sentencia al bueno de Javier apenas le restará consolarse con aquellos dolientes versos de su par Gil de Biedma: "Podría recordarte que ya no tienes gracia / Que tu estilo casual y que tu desenfado / resultan truculentos / cuando se tienen más de treinta años / y que tu encantadora / sonrisa de muchacho soñoliento / –seguro de gustar– es un resto penoso / un intento patético". Es lástima, aunque solo fuera porque uno siempre ha sentido ternura por los perdedores. Y sabe bien que Krahe no es de esos parvenus de la neoprogresía impostada que hoy tanto se estilan, otro Willy Toledo para entendernos.

Esos pequeños funcionarios de la provocación. Serviles monaguillos del statu quo moral en las antípodas del genuino disidente. La epopeya transgresora al alcance de cualquier payaso, he ahí la consecuencia de la postrera democratización, la de la épica. Así nuestros eternos adolescentes tan devotos de la gastronomía cristófoba, por lo visto, la última gansada marca de la casa. Y es que en el aquí y ahora poscristiano, acaso ya nada resulte menos heterodoxo que hacer público escarnio de la religión. Muy al contrario, pocos gestos como ése revelan más pacata servidumbre, mayor sometimiento al orden dominante. Al fin y al cabo, ¿dónde está la rebeldía? ¿Dónde el fiero ataque al asfixiante canon establecido? Y pensar que el desolado Javier casi, casi lo había conseguido. ¡Cuán malvado es el Sistema!

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