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José García Domínguez

José Luis no puede

Definitivamente, no. Y es que quince puntos de desventaja en los vitriólicos humores del telespectador soberano suponen un certificado de defunción extendido a nombre del sanedrín dirigente del PSOE. Tan simple como eso.

Dicen que hubo un momento en la Historia, cuando los antiguos dioses habían muerto y los nuevos aún estaban por llegar, en el que, apenas durante un instante, los hombres fueron libres. Y aunque en el prosaico cenagal del pequeño politiqueo doméstico, quizá esté ocurriendo algo parecido delante de nuestras muy escépticas narices. Repárese en ese Gómez, el Prometeo de Parla. Sin darnos plena cuenta, acaso asistamos al crepúsculo de la rebelión de los mindundis, feliz hallazgo retórico con el que Florentino Portero inmortalizara para la eternidad la irrupción de Zetapé y sus iguales en la escena pública nacional.

Así, entre inopinadas bambalinas acaba de estallar otro motín de Esquilache en la prensa oficiosa. ¿Cómo interpretar, si no, que en pleno aquelarre electoral madrileño El País le asestase una encuesta por la espalda al Gobierno? Un sondeo demoledor, por lo demás, ése que sentencia que José Luis, a diferencia de Trini, no puede. Ya no. Definitivamente, no. Y es que quince puntos de desventaja en los vitriólicos humores del telespectador soberano suponen un certificado de defunción extendido a nombre del sanedrín dirigente del PSOE. Tan simple como eso. Por cierto, otra prueba, el test demoscópico de Prisa, de la irracionalidad crónica que informa a la llamada opinión pública.

Véase. La izquierda sociológica, en grado sumo refractaria a secundar la insubordinación de los sindicatos contra sus padrinos políticos, rehúsa seguir la huelga general. Errática consecuencia: el apoyo electoral al Gobierno por parte de su base social... se desploma al súbito, fulminante modo. En fin, cuenta Enrique Krauze que en cierta ocasión le espetó Hugh Thomas: "Quien sólo conoce España no conoce España". Tal vez por ello no resulte del todo impertinente traer a colación el Caracazo.

Ya saben, cuando aquel demócrata ejemplar, Carlos Andrés Pérez, ordenó ametrallar a varios miles de paisanos suyos en las calles de Venezuela. Igual que aquí y ahora, allí y entonces el Ejecutivo acababa de emprender un plan de ajuste tan urgente como necesario. Tampoco supieron explicarlo. Y también fue su tumba política. Al respecto, Petkoff, el viejo líder comunista hoy enfrentado a Chávez, suele decir que a los tecnócratas que rodeaban a Pérez les faltaba burdel. Como a Zapatero. El burdel, he ahí su talón de Aquiles.      

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