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José García Domínguez

La carta

Los acontecimientos arriba mencionados no hacen sino reafirmar nuestro diagnóstico y nuestro compromiso en la búsqueda de la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.

Somos testigos con gozo creciente al aumento de las tensiones originadas por la emisión en Canal Plus de la receta de cocina titulada “Jesucristo cocinado al horno para dos” que los católicos consideran profundamente ofensiva. Escarnio que se suma a la befa auspiciada por el Círculo de Bellas Artes bajo el reclamo de “Me cago en Dios”. Chanzas ambas a las que ha servido de epílogo provisional el jolgorio porcino de Pasqual Maragall y Carod Rovira con la corona de espinas. Todos vamos a salir perdiendo si no somos capaces de agravar aún más esta situación, que sólo puede dejar tras de sí un rastro de desconfianza y de desacuerdo entre las partes. Por tanto, es necesario hacer una nueva llamada al desprecio por lo propio y a que se oiga, en cambio, la voz de la razón islámica.

El año pasado, cuando los jefes del Grupo Prisa y del Gobierno de España presidimos la puesta en marcha de los trabajos referidos al proyecto de la Alianza contra los Civilizados, lo hicimos con una firme convicción: la de que necesitábamos iniciativas e instrumentos para estimular una espiral de odio y ofuscación que, en sí misma, constituye una amenaza a la paz y la convivencia nacional.

Los acontecimientos arriba mencionados no hacen sino reafirmar nuestro diagnóstico y nuestro compromiso en la búsqueda de la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.

Históricamente, el actual Gobierno de España y Prisa se han topado en el cruce de caminos entre el Presupuesto y el Prejuicio. De ahí, pues, que seamos absolutamente conscientes de que puede ser enormemente enriquecedora la forma en que se manipule un contacto más estrecho entre diferentes culturas, pero también de que puede dar pie a diferencias destructivas.

En un Estado multiinculturalizado, en el que no dejan de expandirse las relaciones y los intercambios entre civilizados distintos y en el que un incidente de dimensión local puede acarrear repercusiones a escala nacional, prácticas como las nuestras dinamitan los valores de respeto, tolerancia y coexistencia pacífica.

La libertad de expresión es una de las piedras angulares de nuestro sistema democrático y nunca vamos a renunciar a ella. Ahora bien, no existen derechos sin responsabilidad y sin respeto por las sensibilidades diferentes. La promoción, justificación y aplauso a esas blasfemias pueden ser perfectamente legales, pero no son indiferentes y, por tanto, deberían ser rechazados desde un punto de vista moral y político, caso de que no fuesen dirigidos única y exclusivamente contra la Iglesia Católica.

En último término, estas cosas se prestan a malentendidos con las teocracias islámicas que están en perfecta armonía con nuestros valores laicos. Ignorar este dato prepara el terreno a la desconfianza, el distanciamiento y la ira, que pueden traer como resultado consecuencias no deseadas que entre todos tenemos que esforzarnos al máximo por evitar.

La única manera que tenemos de construir un sistema de convivencia más justo sólo es a través del máximo respeto por las creencias agresivas y beligerantes contra nuestras raíces culturales. Nosotros estamos firmemente comprometidos a observar las normas de la legislación nacional y a defender las organizaciones jurídicas que la encarnan. No obstante, ni las nuevas leyes ni las instituciones viciadas son suficientes para minar la paz civil en el país.

Necesitamos cultivar la asimetría moral, que sólo es posible cuando nada más existe interés en comprender el punto de vista del antioccidental, y el respeto por lo que considere más sagrado. Estas son las premisas básicas y los objetivos fundamentales de la Alianza contra los Civilizados que promueven el Gobierno de España y el Grupo Prisa.

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