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José García Domínguez

La marca España

No ocurre que Lozano represente a la perfección la marca España, lo que sucede es que ella misma es en realidad la marca España más actual.

No ocurre que Lozano represente a la perfección la marca España, lo que sucede es que ella misma es en realidad la marca España más actual.
Pedro Sánchez besa a Irene Lozano en un mitin del PSOE | EFE

Hoy es un día para felicitar al Gobierno. Y es que de muy pocas personas en nuestro país se podría asegurar que reúnen en su trayectoria biográfica todos los atributos intangibles asociados a la marca España de un modo tal intenso y vívido como Irene Lozano. De hecho, no ocurre que Lozano represente a la perfección la marca España, lo que sucede es que ella misma es en realidad la marca España más actual. Arribista carente del mínimo sentido de la lealtad hacia cuantos le abrieron las puertas para acceder a la vida pública, Lozano encarna en su persona el genuino paradigma del político amoral, cínicamente indiferente a todas las ideologías y siempre presto a traicionar a quien sea y a lo que sea con tal de medrar parasitando el cargo público que en cada momento se tercie. Nadie ha denostado más al PSOE de palabra y obra que esa meliflua aduladora de Rosa Díez cuando en el camino de UPyD todavía no se había cruzado la sombra de Ciudadanos. Nadie fue después más rastrero en el acoso y los ataques personales contra Sosa Wagner, el primer disidente público y notable de aquella secta vizcaína, que la comisaria Lozano, entonces aún feroz escudera de la misma Díez a la que no tardaría en apuñalar por la espalda para ganar puntos ante Albert Rivera con la esperanza vana de recolocarse en el partido naranja.

Y cuando el desembarco en Ciudadanos no cuajó, tampoco nadie como ella tuvo el obsceno impudor tránsfuga de llamar a la puerta de los mismos socialistas contra los que no se había cansado de despotricar para conservar el escaño en las Cortes. Fouché pasaría por un ejemplo de probidad deontológica al lado de la prodigiosa alpinista Lozano. Pero no solo el desnudo ético integral con el que nos deleitó a su paso por el Congreso en la anterior legislatura la hace ahora acreedora de ocupar el cargo que se le acaba de ofrecer. Porque en Lozano también confluyen otros rasgos no menos notorios y acusados que convierten su perfil en la representación ideal de la marca España. Rasgos como la clamorosa ausencia de un mínimo currículum académico y de una pareja trayectoria profesional posterior que la habiliten para el correcto desempeño de las responsabilidades asociadas al puesto para el que va a ser designada por el presidente del Gobierno. Lozano, de profesión sus tertulias y sus prácticas de escalada libre, nunca, por supuesto, consideró necesario dotarse de una formación relacionada con el muy específico trabajo que se le acaba de encomendar.

Una señora que no sabe nada de nada sobre branding y mucho menos sobre diplomacia económica, que de eso va la cosa, pero que se apunta a un bombardeo con el alegre desparpajo del ignorante. ¿Acaso esa olímpica desfachatez intelectual no supone ya de por sí la quintaesencia de lo que hoy, aquí y ahora, es en puridad la marca España? De hecho, lo en verdad improcedente era lo que venía sucediendo hasta la promoción de Lozano, a saber: que un alto ejecutivo empresarial de 74 años, miembro del consejo de administración de Zara, la marca más importante que ha creado la economía española en toda su historia, estuviera ocupando ese cargo de modo gratuito y solo por arrimar el hombro para ayudar a su país en un momento de profunda crisis. Si bien se mira, eso tenía muy poco que ver con la genuina marca España, la actualísima de Pedro Sanchez. No, la marca España, la verdadera, como bien ha sabido adivinar el presidente, se corresponde mucho más con la estampa de la tertuliana Lozano cobrando un sueldazo de secretaria de Estado y rodeada de la preceptiva legión de asesores y asesoras a catorce pagas por cabeza, más los preceptivos coches oficiales y demás chuches de rigor. Lo dicho, hoy procede felicitar al Gobierno.

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