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José García Domínguez

La uelga

En la vieja Inglaterra conservadora de finales de los cincuenta alguien como Tony Judt podía acceder a una de las mejores universidades del mundo. Al igual que su amigo Mervyn King, que hoy ocupa el empleo de gobernador del Banco de Inglaterra.

El primogénito de un judío errante que ni soñó con cursar el bachillerato y de una peluquera de los suburbios obreros de Londres que apenas sabía escribir. Tony Judt, junto a Eric Hobsbawm, el historiador más brillante que produciría la izquierda europea en el siglo XX. En las cuasi memorias que se acaban de publicar tras su muerte, desvela cómo fue posible un currículum, el suyo, tan improbable. Misterio que, por lo demás, se explica con una única palabra: Cambridge. Ocurre que en la vieja Inglaterra conservadora de finales de los cincuenta alguien como él podía acceder a una de las mejores universidades del mundo.

Al igual que su amigo Mervyn King, aquel otro chaval salido de una escuela pública en el barrio de los estibadores que hoy ocupa el empleo de gobernador del Banco de Inglaterra. Solo era una cuestión de esfuerzo y talento. Algo que jamás volvería a ocurrir desde que los laboristas accedieron al poder en la década de los sesenta. Exactamente igual que en España, la izquierda inglesa consiguió reinstaurar el peor clasismo en las aulas. Gracias a la nueva enseñanza comprensiva importada de Estados Unidos, el acento cockney de los vástagos de la clase obrera ya nunca más resonaría en los pasillos del mismo King’s College donde estudiaran John Maynard Keynes y E.M. Forster.

Nadie podrá volver a escribir un párrafo como el que firma Judt en Pensar el siglo XX: "Puedo afirmar que en el Cambridge de mi época –y por primera vez– había un importante número de alumnos cuyos padres no habían ido a la universidad; o, como en mi propio caso, que ni siquiera habían cursado la secundaria". Es sabido, todo el que se lo pudo permitir huyó raudo con sus hijos a las escuelas privadas. He ahí la gran hazaña pedagógica del adanismo socialdemócrata, haber logrado extirpar la meritocracia. Así, merced a los esfuerzos ímprobos de la izquierda, la buena educación ha devenido en muy exclusivo oropel de lujo únicamente al alcance de los ricos. Y aún se extrañan nuestros perplejos progresistas de que las capas medias los abandonen a su suerte en las urnas. Que los sindicatos de docentes andaban de huelga, he oído por ahí. Como todos los días, por tanto.

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