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José García Domínguez

Larga vida al PSOE

El gran sueño recurrente de la derecha más descerebrada, que el PSOE desapareciese del mapa, podría dejar de constituir el delirio

El gran sueño recurrente de la derecha más descerebrada, que el PSOE desapareciese del mapa, podría dejar de constituir el delirio de cuatro fanáticos en el plazo de apenas una semana. Más de una encuesta seria lo augura a estas horas: el Partido Socialista tiene una cuantas papeletas para ser el último de la fila el próximo domingo. Una contingencia que, de consumarse, acaso llene de infinito gozo a locos y a simples, pero que debería producir algo más que preocupación en cuantos todavía conserven un par de dedos de frente. En cualquier caso, se confirmen o no pronósticos tan aciagos, lo que se antoja casi seguro es que el mayor castigo por la gestión gubernamental de la crisis lo va a recibir el principal partido… de la oposición. Una paradoja aparente de difícil aunque no imposible explicación. Y algo para cuya cabal comprensión convendría descartar, de entrada, eso a lo que tan aficionados somos en España: las explicaciones que todo lo remiten a la personalidad del líder.

Pues ninguna razón objetiva invita a pensar que sin Pedro Sánchez la suerte electoral del PSOE fuese a resultar muy distinta. Con Sánchez, con Pérez o con Díaz las cosas habrían sido más o menos iguales. Sánchez no es Churchill, pero tampoco el bobo que se quiere pintar en tantas tertulias. Posee un doctorado en Economía, habla idiomas, es un parlamentario correcto, no ha postulado ninguna ocurrencia disparatada y se mueve en todo momento dentro de los márgenes de la socialdemocracia convencional. El problema no es Sánchez. El problema, y he ahí la segunda paradoja aparente, es el peculiar tipo de Estado del Bienestar que el PSOE diseñó para España en sus trece primeros años de mandato. Es sabido, en toda Europa el surgimiento del Estado del Bienestar fue el producto de un acuerdo interclasista entre los cuellos blancos, esto es, las nuevas capas medias en continua expansión, y los cuellos azules de la clase obrera tradicional.

Un pacto cada vez más problemático entre los que se benefician del Estado protector y los que han acabado financiándolo casi en exclusiva. Alianza estratégica que una crisis fiscal del Estado ya con ribetes crónicos va erosionando sin cesar. Pero hay varios Estados del Bienestar, no uno solo. Y si algo distingue del resto al español es su muy acusado sesgo discriminante entre mayores y jóvenes. Mucho más que entre clases sociales, aquí la disputa se produce entre grupos generacionales. La célebre dualidad del mercado de trabajo, ese muro de la vergüenza que separa a veteranos y temporales, ilustra su manifestación más obscena de la peculiaridad hispana. Y de ahí que la irrupción de los llamados emergentes no responda tanto a la divisoria tradicional entre izquierda y derecha sino a las diferencias de edad y de inserción en el aparato productivo.

Los grandes beneficiarios de las prestaciones del Estado del Bienestar español, esto es los mayores, siguen fieles al PSOE. Son los jóvenes, con independencia de su adscripción ideológica, los que se están rebelando contra el viejo orden. Por eso, más que a la habitual confrontación de derechas e izquierdas, asistimos a la primera gran disputa en las urnas entre insiders, la población de edad avanzada, y outsiders, el precariado que agrupa a los jóvenes en un sentido amplio, la genuina carne de cañón del sistema que viene capeando con las peores consecuencias de la crisis desde 2008. Lo que en verdad hay detrás tanto de Ciudadanos como de Podemos es eso. Y lo que puede llevar a la ruina al PSOE dentro de siete días también es eso. Los jóvenes, simplemente, han desertado de sus filas en masa. Con 125 diputados, recuérdese, Joaquín Almunia tuvo que marcharse a casa la misma noche electoral. Con los que le auguran las últimas catas demoscópicas, incluida la del CIS, Sánchez tendrá que pedir asilo político en Australia antes incluso de que termine el recuento. Mal, muy mal asunto. Y no solo para el PSOE, que poco me importa, sino para España. Veremos.

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