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José García Domínguez

Las 6 mentiras del catecismo catalanista

Seis mantras hispanófobos que el Gobierno no se atreve a combatir con la ley, de ahí que ahora ansíe aliviar su mala conciencia con un talón bancario.

Seis mantras hispanófobos que el Gobierno no se atreve a combatir con la ley, de ahí que ahora ansíe aliviar su mala conciencia con un talón bancario.

Cuatro palabras, cuatro mentiras. Tal que así solía definirse a la difunta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Y con el catecismo lingüístico de los nacionalistas catalanes viene a ocurrir algo parejo. También la genuina naturaleza última del asunto se puede resumir en un guarismo, a saber, seis mantras, seis trolas. Las enunció en su día la catedrática Mercè Vilarrubias.

Mentira número uno: en Cataluña se da un amplísimo consenso social en torno a la estricta obligatoriedad de la inmersión lingüística. Mentira número dos: el sistema de inmersión lingüística obligatoria en lengua catalana garantiza que todos los alumnos obtengan una muy notable competencia oral y escrita en la lengua castellana, pese a estar ésta excluida de todo uso docente. Mentira número tres: estudiar en la lengua materna del alumno carece de la más mínima importancia pedagógica.

Mentira número cuatro: disponer de una doble línea de escuelas, las unas en catalán y las otras en castellano, supondría segregar a los alumnos. Mentira número cinco: la inmersión obligatoria en catalán contribuye a garantizar la cohesión social en Cataluña. Mentira número seis: quien ose poner en duda los cinco dogmas anteriores solo puede ser un asqueroso facha anticatalán.

Prueba de que lo primero es mentira, la Generalitat lleva más de treinta años negándose en redondo a realizar una consulta a los catalanes sobre el asunto. ¡Con la afición que le tienen a las consultas! Ni una encuesta, ni un sondeo telefónico, ni una lista de preferencias, ni una pesquisa municipal, ni un referéndum no vinculante, ni un niño muerto. Nada de nada. Que lo segundo es mentira puede certificarlo cualquiera que escuchara el discurso en las Cortes de la señora Marta Rovira, la de la Esquerra, en algo que pretendía ser castellano. Que lo tercero es mentira lo acredita la propia historia del nacionalismo, con sus airadas campañas a favor de la escolarización en la lengua materna cuando era el catalán el marginado y perseguido.

Que lo cuarto es mentira lo demuestra el que en todos los países bilingües existan líneas escolares separadas. Repito, en t-o-d-o-s. Evidencia fáctica de que lo quinto es mentira, la gente se maneja en los dos idiomas fuera de las aulas con absoluta normalidad y sin que tengan que intervenir los cascos azules de la ONU. En cuanto a la sexta, en fin, ni a mentira llega: solo es una soberana estupidez.

Seis mantras hispanófobos que el Gobierno no se atreve a combatir con la ley, de ahí que ahora ansíe aliviar su mala conciencia con un talón bancario. A los catalanes pobres que quieran estudiar también en español –los ricos jamás han tenido problema para hacerlo– el ministro Wert los va a colar en algún colegio privado; y la factura se la hará pagar a la Generalitat. O eso dice. Porque escolares pobres víctimas de la inmersión hay cientos de miles en Cataluña. Colegios de pago, en cambio, no llegarán ni al medio centenar. Y están llenos. En consecuencia, y como siempre, todo quedará en un inane brindis al sol. Ah, la elegante hipocresía de Wert.

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