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José García Domínguez

Las ovejas de Griñán

Griñán ha rebasado los límites que se impusiera el mismísimo Cheauchescu cuando todos los delegados de sus congresos eran agentes de la Securitate. Que se lo cuente a Griñán y su rebaño. O a don Mariano y sus ovejas, que tanto monta.

Frente al dawinismo social que predica la alegre chavalería anarco-capitalista, uno, conservador por escéptico, prefiere la estricta doctrina naturalista asociada a esa corriente de la Ciencia. Algo que no excluye la utilidad civil de tales saberes. Así, quien ansiara comprender, por ejemplo, el estupefaciente 99,8% de los sufragios acaparado por ese joven renovador, Griñán, durante el cónclave de la PSOE andaluza, sólo en aquellos apuntes del natural que tomó Darwin desde la cubierta del Beagle hallará alguna explicación verosímil. 

Al cabo, semejante refutación empírica de todas y cada unas de las leyes de la estadística matemática, de la lógica cartesiana, de la moral pública y de la vergüenza torera, únicamente puede aprehenderse apelando a la disciplina que audita el proceder de, entre otros, chinches, piojos, pulgas y garrapatas. De hecho, la intrahistoria toda de la perversión partitocrática de la democracia española ya estaba descrita, hace ciento cincuenta años, en El origen de las especies, la obra magna de Sir Charles.

A ese mismo propósito, cuenta Xavier Roig, el autor de La dictadura de la incompetencia, muy demoledor opúsculo sobre los mediocres que nos gobiernan, que un día se le ocurrió preguntar a su hijo –biólogo de profesión– por qué los rumiantes, todos, semejan torpes, gregarios y limitados de entendederas, mientras que los lobos son tan listos. "Muy simple", le respondió, "los lobos tienen que buscarse el sustento. Deben fijar una estrategia, perseguir a la presa, coordinarse y trabajar en equipo. Los rumiantes, en cambio, sólo necesitan inclinar la cabeza para disponer de comida".

"A la larga, la selección natural no perdona, y las especies del primer grupo tienden sin excepción a la debilidad y a una inteligencia más bien escasa". Hay en el catalán coloquial una frase hecha que resume ese devenir fatal: "Si és burro, que mengi palla!" (¡Si es burro, que coma paja!). Al grotesco modo de aquel otro alarde búlgaro y ovino, el del PP en Valencia, Griñán ha rebasado los límites que se impusiera el mismísimo Cheauchescu cuando todos los delegados de sus congresos eran agentes de la Securitate. "Democracia deliberativa" se llamaba la broma del tal Pettit. Que se lo cuente a Griñán y su rebaño. O a don Mariano y sus ovejas, que tanto monta. 

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