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José García Domínguez

Les presento a Cruz y Batet

Ni ella ni él podrán admitir jamás que Cataluña y Murcia deban ser iguales en el plano jurídico formal.

Ni ella ni él podrán admitir jamás que Cataluña y Murcia deban ser iguales en el plano jurídico formal.
EFE

La noticia no es que dos catalanes vayan a presidir tanto el Congreso como el Senado, convirtiéndose, por tanto, en tercera y cuarta autoridad del Estado, respectivamente. La noticia genuina es que quienes van a ocupar ese par de muy altas magistraturas de la nación resultan ser dos catalanistas convictos y confesos. Porque el común mérito político de Batet y Cruz, ese que el presidente del Gobierno ansía premiar con tan altos honores, no es el que remite a su condición de catalanes, un prosaico azar biológico que por lo demás no tiene mayor valor ni interés, sino que lo que en ambos aprecia Sánchez, y en extremo, es su acreditada militancia catalanista. En apariencia tan inocua, la voz catalanismo posee un significado político muy preciso que, sin embargo, nunca se ha acabado de comprender fuera de Cataluña, donde por norma tiende a asociarse con un sentimental e impreciso abanico de formas emotivas de amor al terruño que se materializaría en la devoción por la lengua vernácula y en la querencia por otros rasgos asociados al folclore cultural local.

Eso es lo que las élites madrileñas, siempre tan dispuestas a ponerse una venda en los ojos con tal de rehuir la realidad catalana, quisieron interpretar hasta las vísperas mismas del 1 de Octubre. Pero el catalanismo ni es ni ha sido nunca esa inocente representación naif. Bien al contrario, esa común ideología catalanista de Batet y Cruz es lo que da forma doctrinal al núcleo mismo del pensamiento separatista catalán desde hace ya más de un siglo. Porque no se trata de una cuestión de sentimientos o de afectos, sino de un programa de acción política tan preciso como específico, el que Batet y Cruz comparten, entre otros, con Puigdemont, Torra o Junqueras. Porque así como no todos los catalanistas resultan ser separatistas, los separatistas sí resultan ser todos ellos catalanistas. No es un juego de palabras, es el mínimo común denominador ideológico que comparten los catalanes, separatistas o no, que creen que Cataluña posee rasgos nacionales distintos y ajenos a los propios del resto de España. Rasgos nacionales ajenos y distintos que exigen un trato constitucional específico y diferenciado para sus cuatro provincias. De ahí que, por mucho que algunos predicen lo contrario, ningún catalanista ha podido ser jamás un verdadero federalista español. Tampoco Batet y Cruz, huelga decirlo.

Porque en la base misma de principio federal está la premisa insoslayable de la igualdad entre las partes que constituyen el todo. Y ni Batet ni Cruz podrán admitir jamás que Cataluña y Murcia deban ser iguales en el plano jurídico formal. Jamás de los jamases lo admitirían. Nunca. Pues para Cruz y Batet, esos dos catalanistas de libro, España nunca dejará de ser el agregado artificial que cobija, no siempre con su consentimiento, a varios pueblos peninsulares de naturaleza muy distinta y distante. En eso, el pensamiento profundo de un catalanista a secas y el de un separatista catalán se parecen como dos gotas de agua: son idénticos. Por lo demás, cuando un catalanista a secas, así Batet o Cruz, y un separatista, así Torra o su jefe, piensa en el concepto de soberanía, siguen ambos caminando de la mano. Lo que ese término significa para un separatista es de sobra sabido. Pero es que para los catalanistas, como Batet y Cruz, la legítima soberanía del conjunto español reside no en el pueblo español tal como establece inequívoca la Constitución, sino en esos varios y surtidos pueblos ibéricos sobre cuya realidad natural y eterna se superpuso en su día el impostada artificio jurídico y administrativo que algunos llevamos cinco siglos empeñados en llamar España. No, no son tan distintos a los otros. Más bien primos hermanos.

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