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José García Domínguez

Los separatistas no triunfarán

Van a estrellarse. Y me refiero a ellos, a los separatistas y a sus compañeros de viaje, los nacional-hermafroditas de Inmaculada Colau y su escaldado corresponsal en Vallecas.

Van a estrellarse. Y me refiero a ellos, a los separatistas y a sus compañeros de viaje, los nacional-hermafroditas de Inmaculada Colau y su escaldado corresponsal en Vallecas.
Pablo Iglesias e Inmaculada Colau | Cordon Press

Van a estrellarse. Y me refiero a ellos, a los separatistas y a sus compañeros de viaje, los nacional-hermafroditas de Inmaculada Colau y su escaldado corresponsal en Vallecas. Hacer predicciones, bien lo sé, siempre resulta asunto complicado, y mucho más cuando los pronósticos versan sobre el futuro. Pero empiezan a proliferar por aquí y por allá los indicios de que lo suyo, lo de los separatas y sus tontos útiles mesetarios, no va a acabar ni medio bien. En las encuestas no les sale nada a derechas. Ni la mayoría absoluta en escaños (que no en votos populares) de la que hasta ahora disfrutaba el bloque independentista en el Parlament ni tampoco un aval del electorado, sino todo lo contrario, al ambiguo cálculo mercantil permanente de los de Inma. Y la única prospección demoscópica que sí se compadece con los primeros, que no con los equidistantes de Colau, la elaborada por la propia Generalitat, aporta en su letra pequeña muestral interesantísimas pistas indiciarias del desastre que les puede estar esperando a la vuelta de la esquina, tanto a los unos como a la otra.

Y es que en ese último barómetro del Centro de Estudios de Opinión, negociado que, por cierto, dirige un antiguo miembro del brazo político de Terra Lliure, se cuantifica un rasgo en apariencia accesorio, pero que podría anunciar un muy inminente cambio de equilibrios en las urnas. Porque a ojos de un sociólogo electoral no puede pasar inadvertida la circunstancia de que entre todos los encuestados que responden no saber aún a quién votarán apenas un 7% sean hijos de padre y madre catalanes. Y que, por el contrario, el 63% se confiesen descendientes de progenitores no nacidos ambos en Cataluña. Ese dato, pese a que nadie entre los analistas parece haber reparado todavía en él, se antoja clave. Porque aquí, en Cataluña, y desde siempre, la variable crítica que permite anticipar la adscripción nacional del voto, y con una altísima probabilidad de acierto, es esa, la del origen geográfico de los padres. Lo era hace cuarenta años y lo sigue siendo hoy.

De ahí que resulte legítimo inferir que los que no quieren revelar el sentido de su sufragio a los encuestadores de la Generalitat sean en su gran mayoría votantes de los partidos constitucionalistas. Añádase a ello otro factor, este no mensurable aún, cuya inminente irrupción en escena vendría avalada por la memoria también sociológica. Una memoria, la de aquella izquierda antifranquista que cayó de bruces en el desencanto cuando la ruptura, y mucho más aún la revolución que se revelaron quimeras irrealizables tras las elecciones de 1977. Luego del compromiso vital militante, recuérdese, lo que vino fue el pasotismo, un abatido retornar a la vida privada. Ahora, tantos años después, el procés catalán ha embarcado a cínicos, a corruptos, a oportunistas, a pescadores en río revuelto, a jugadores aficionados de póker, a tontos con balcones a la calle, pero también a una legión de creyentes sinceros. Y esos creyentes sinceros, la esforzada carne de cañón que durante cinco años ha hecho bulto en todas las charangas callejeras de Òmnium y de la ANC, esos innúmeros devotos de las bases son los que se sintieron engañados y estafados cuando el Gran Cobarde tomó las de Villadiego apenas un segundo después de proclamar en secreto la non nata República catalana. Esa gente, que es mucha, anda desolada, completamente desolada. Que entre los más entregados a la causa va a producirse un fenómeno análogo al de aquel ejército derrotado y en desbandada, el de los genuinos militantes antifranquistas, es de prever. Y que su manifestación primera consista en un incremento de la abstención independentista también lo es. Sí, el 21 de diciembre puede ser un gran día.

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