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José García Domínguez

Los sueldos de Cospedal

Ganará Cospedal, no lo dudo, el aplauso fácil de la grada. Mucho más arduo lo tendrá, sin embargo, para obtener el de los anales.

Acaso no haya gesto que más alborozo pueda despertar hoy en la calle que ése que acaba de adoptar Cospedal desposeyendo de sus sueldos a los diputados regionales de Castilla- La Mancha. A partir de ahora, pues, los diletantes llamados a controlar la gestión de un presupuesto de ocho mil millones de euros habrán de hacerlo en ratos libres. O eso o aprestarse a mantener a sus familias con una dieta de mil euros al mes. Es la gran diferencia entre el político serio y el demagogo: el primero se propone conducir a la opinión pública; el segundo, en cambio, no piensa más que en adularla dejándose arrastrar por ella. El uno se impone ser consecuente; el otro daría la vida por la popularidad.

Y nada más popular hoy, decía, que regalar los oídos de la muchedumbre subiéndose al carro del populismo antipolítico, aquí tan en boga desde que hubo que buscar algún chivo expiatorio para exorcizar la crisis. Un descrédito inducido, el del parlamentarismo, que empieza a mostrar analogías algo inquietantes con el que sembró el camino a los totalitarismos de izquierda y derecha en la Europa de los años treinta. He ahí el fascistoide "No nos representan" de los sitiadores de las Cortes, consigna que no hubieran dudado en corear ni los excursionistas de la Marcha sobre Roma ni los pirómanos del Reichstag.

O repárese en el añejo mesianismo de esas proclamas de Mas, las que pretenden anteponer el ruido de la multitud a la primacía de la Ley y el Estado de Derecho. Ya sea en nombre de la sacralizada libertad individual, de una justicia que se dice social o de imaginarios derechos tribales, de un tiempo a esta parte asistimos a un proceso de acoso y derribo contra los fundamentos mismos de la democracia parlamentaria. O sea, contra la genuina democracia, que otra no hay. Y algo de ese tufillo deja traslucir la decisión de Cospedal. Al cabo, postular que el trabajo de un parlamentario valga menos que el de una cajera de supermercado es una forma como otra cualquiera de dar la razón póstuma a Carl Schmitt. Ganará Cospedal, no lo dudo, el aplauso fácil de la grada. Mucho más arduo lo tendrá, sin embargo, para obtener el de los anales. 

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