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José García Domínguez

Macron será flor de un día

Como el resto del Sur, también Francia está condenada a elegir entre dos males. Y eso no lo va a cambiar ni Macron ni nadie.

Como el resto del Sur, también Francia está condenada a elegir entre dos males. Y eso no lo va a cambiar ni Macron ni nadie.
EFE

En medio de todo ese entusiasmo tan unánime como gratuito y algo pueril que está concitando en torno a sí el presidente Macron, un fervor mediático que tanto recuerda a aquella otra ola de rendida devoción universal que suscitó la irrupción en escena de Obama, solo parece haber una única persona en Europa que no muestre mayor complacencia ante el recién llegado. Disidencia individual que no tendría mayor trascendencia si no fuese por el pequeño detalle de que la persona en cuestión responde por Angela Merkel. Es más, a tenor de los muy madrugadores jarros de agua fría con que Berlín ha comenzado a recibir las timidísimas propuestas de Macron para reconducir la implacable doctrina neomercantilista que dicta Alemania, diríase casi que el genuino candidato de la canciller era Le Pen, no Macron. Por lo demás, la historia, calcada, se repite. Recuérdese que el hoy apestado e invisible Hollande también llegó al Elíseo, y hace apenas cinco años, dispuesto a poner patas arriba el statu quo. Pero nada hizo porque, en realidad, nada podía hacer. Como tampoco nada podrá hacer ahora Macron, por cierto. Y es que, se apellide como se apellide su siempre glamouroso presidente, Francia, como Italia, no deja de ser un país del Sur. Un Sur, el de la Unión Europea, incapaz de soportar el peso de una moneda, el euro, que solo sirve a los intereses del norte.

Porque, pese al espejismo de la grandeur, los principales problemas y las hipotecas de Francia no resultan ser tan distintos a los de España: déficit exterior, déficit público y desempleo. He ahí el gran dilema al que va a tener que enfrentarse Macron: o imitar a España, asintiendo obediente a la ortodoxia de Berlín y Bruselas, o ir a la confrontación directa con Alemania. Aunque dispone de una tercera opción, la de no hacer nada, que es la que abrazó su antecesor. Hollande miraba con horror a España y no quería llevar a su país por la misma senda, la marcada por Merkel para todos los países endeudados del Sur. Imitar a España hubiese significado aplicar una reforma laboral dura a fin de reducir al máximo los salarios, acometiendo al tiempo una disminución paralela de todas las partidas del gasto social. La consabida receta para ganar competitividad exterior que predica Schäuble. Negarse en redondo a aplicar esa política es lo que ha llevado al incremento tan notable del paro que ha sufrido Francia en el último quinquenio. Pero aplicarla hubiese supuesto reproducir al norte de los Pirineos el mismo proceso de miserabilización del empleo y de las condiciones de vida que tan bien conocemos a este lado de la frontera. Como el resto del Sur, también Francia está condenada a elegir entre dos males. Y eso no lo va a cambiar ni Macron ni nadie.

Porque la alternativa, que sí existe, no se puede aplicar dado que Alemania se resiste a poner fin a sus escandalosos superávits comerciales, la causa última del desastre económico que arrostra Europa desde 2008. Sin prisas pero sin pausas, la Unión Europea se está destruyendo poco a poco por culpa de esa obtusa cerrazón de las elites alemanas, que se obstinan en que su economía siga creciendo a costa de sus socios del sur, Francia incluida. Para no acabar pareciéndose a España, lo que tanto temía Hollande, Francia necesitaría que Alemania gastase más dentro de su propio territorio. ganar competitividad a corto plazo sin que tengan que bajar ni los salarios ni los beneficios es posible. Igual que hubiera sido posible crear empleo en los países endeudados sin necesidad de realizar dolorosos recortes de las partidas sociales. Bastaría, tal como acaba de insinuar Macron, con que Alemania aumentara sus salarios, redujera la presión fiscal sobre sus nacionales y expandiera el gasto público a un tiempo. Un conjunto de medidas internas tan sencillas como esas sería suficiente para que Alemania comenzara a tirar del carro europeo, en lugar de operar como una aspiradora que solo deja la estela del vacío a su paso. Pero no caerá esa breva. Macron puede ser flor de un día.

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