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José García Domínguez

Moción de censura

De ahí que presos, tantos años después, entre la España que duerme y la otra que bosteza, una moción de censura se imponga como única terapia capaz de curar la narcolepsia crónica del de Pontevedra.

Deja entrever esa parsimonia de casino de capital de provincia, faria y resopón, la que retrata el liderazgo de Rajoy, un rasgo siempre caro a la derecha española: su muy marcada querencia por que el trabajo lo hagan otros. Como si su libro de cabecera fuese El derecho a la pereza del gran Paul Lafargue, con administrativa indolencia ansían que el poder les sea entregado en bandeja de plata, sin mayor molestia ni trámite que la preceptiva visita a Palacio. Consecuentes, cuando no creen inexcusable obligación de los sindicatos promover una huelga general a su justa medida, pretenden que el PSOE les destituya a Zapatero. Y eso si no dan en reclamar al réprobo mismo que ceda gustoso mover la convocatoria electoral a la fecha que oportunamente se le indique. Todo, mientras los señores echan una partidita de mus en la rebotica de Génova.

Así, hasta que, llegado el punto en que los mercados internacionales optan por ocupar el escaño del jefe de la oposición, aturdidos, despiertan en apariencia de su dulce letargo para, como es norma, nada hacer, siempre a la espera de no se sabe qué Godot. Al tiempo, en fin, nadie ignora que el presidente del Gobierno ya es un ser inhabilitado con tal de mantener comercio alguno, ni el más mínimo, con la realidad de los hechos. Razón de que la urgencia histórica de instalar a un adulto en la Moncloa constituya hoy el imperativo categórico de la fracción del país que aún conserva dos dedos de frente. 

De ahí que presos, tantos años después, entre la España que duerme y la otra que bosteza, una moción de censura se imponga como única terapia capaz de curar la narcolepsia crónica del de Pontevedra. Y es que ha llegado el momento procesal de averiguar si tras la hojarasca retórica del PP hay algo parecido a un plan de ajuste alternativo; otro modelo, distinto y distante, de reforma laboral, fiscalidad, pensiones, sanidad, plantillas públicas, sistema educativo... O no. De rehusarla por medroso tacticismo, pánico escénico o simple abulia, dentro de dos años, nadie podrá hurtar a Rajoy su personal cuota de responsabilidad en el desastre. Porque se está agotando el tiempo, sí, y muy deprisa. Pero no sólo el del Encantado.      

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