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José García Domínguez

No al rescate

El Gobierno no puede ceder. A la fuerza ahorcan. Pero que no sea de grado y dejándonos conducir como corderos al matadero.

No hace falta haber ido a Salamanca para entenderlo. Si la supervivencia misma del euro afronta ese inminente riesgo que Draghi anda predicando a los cuatro vientos, su obligación sería intervenir sin mayor dilación a fin de disiparlo; sin demora alguna y sin condiciones, huelga decir. En caso contrario, lo que aconseja el más elemental sentido de la prudencia es que se calle y no haga nada. Así las cosas, tanto en un supuesto como en el otro, el famoso "memorándum de entendimiento" que pretende endosar a España sobra. Nuestro país ya lleva demasiado tiempo pagando muy cara la indolente inanidad del Banco Central Europeo en forma de una prima de riesgo arbitraria.

Un sobrecoste que, más que responder al genuino trance hispano, obedece al peligro cierto de desintegración de la moneda única. Al punto de que si el BCE se condujese no como lo que es, otro lobby al servicio de Berlín, sino como un verdadero banco central, el Reino de España retribuiría con un interés próximo al tres por ciento su deuda soberana. Algo tan razonable y sostenible que no habría impedimento ninguno para que siguiésemos financiándonos en los mercados privados de bonos. De sobra, pues, nos ha tocado ejercer de conejillos de indias de la inepcia ajena, manteniendo un silencio bastante parecido a la estupidez. Como para que ahora se nos reclame con temeraria frivolidad jugarnos el destino de la nación a la ruleta rusa.

Y es que, al margen de su contenido efectivo, el memorándum de marras habría de ser ratificado por parlamentos como los de Holanda, Austria o Finlandia. Los inconsolables huérfanos de Haider, los verdaderos finlandeses y los auténticos eurófobos de Ámsterdam, entre otros amigos. Un no de cualquiera de ellos al apaño que postula Draghi y la histeria de los mercados empujaría la prima española hacia la estratosfera. Previsible estampida cuyo corolario tampoco se antoja difícil de adivinar: intervención total del Estado español sometiéndolo a condiciones leoninas idénticas a las que a estas horas padecen griegos, portugueses e irlandeses. De ahí que el Gobierno ni pueda ni deba ceder. Es sabido, a la fuerza ahorcan. Pero que no sea de grado y dejándonos conducir como dulces y mansos corderos al matadero. Qué menos.

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