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José García Domínguez

Benedicto XVI no es un hombre de nuestro tiempo

Benedicto XVI no es un hombre de su tiempo. Y acaso sea ésa la mayor virtud que de él quepa resaltar.

Benedicto XVI no es un hombre de su tiempo. Y acaso sea ésa la mayor virtud que de él quepa resaltar.

Benedicto XVI no es un hombre de su tiempo. Y acaso sea ésa la mayor virtud que de él quepa resaltar. Salta a la vista que no estamos ante alguien del siglo XXI. Ni tampoco de los estertores últimos del XX. Para cualquier observador atento, resulta evidente el anacronismo que transmite su figura toda. Y no únicamente por su condición de intelectual, añejo oficio en extinción, gozosamente sustituido hoy por el sabio magisterio de los cantantes de rock, las estrellas del cine y la televisión, y hasta los futbolistas. El Papa encarna una rémora de otra época por –y sobre todo– esa pertinaz renuencia suya a aceptar el primer mandamiento del marketing estratégico.

El producto debe adaptarse a los gustos y preferencias del consumidor, prescribe, inapelable, la norma suprema que ahora rige la vida social. E igual da que se trate de una lavadora, un champú anticaspa, una ideología política o una religión milenaria. Solo un hombre radicalmente ajeno al espíritu del momento que le ha tocado vivir se sustraería a tal imperativo. Y ese hombre es el papa Ratzinger. A ojos de los guardianes de la Modernidad, Benedicto XVI aparece como un reaccionario por rehuir el alegre eclecticismo que manda elegir los valores morales con el mando a distancia del televisor. Por eso se les antoja un integrista carpetovetónico: porque se niega a diluir en cómodas opciones los imperativos éticos que rigen su concepción de la existencia. He ahí el pecado mortal que no se le perdona: resistirse a amueblar su conciencia con intercambiables estanterías modulares de Ikea.

Con todas sus lacras, que las tuvo y las tiene, el catolicismo romano ha producido muchos menos fanáticos que las religiones laicas empeñadas en orillarlo, llámense comunismo, positivismo, cientifismo, relativismo, culto al mercado o, la última, esa cofradía del clero ateísta de los Dawkins & Cía. Nadie se extrañe de que sus acólitos castizos ya anden transmitiendo instrucciones a los cardenales del cónclave. So pena de irritar al periódico global, tienen que elegir papa a un muy progresista híbrido entre Antonio Gala, Ernesto Cardenal y Rigoberta Menchú. En fin, pues claro que Benedicto XVI que no es un hombre de nuestro tiempo. No lo respetaríamos tanto si fuese de otro modo.

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