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José García Domínguez

O más impuestos o menos pensiones

Lo que no resulta posible, ¡ay!, es mantener ambas querencias al tiempo. Salvo que se esté dispuesto, claro, a mutilar las pensiones de los jubilados o, en su defecto, a suprimir el seguro de desempleo abandonando a los parados a su suerte

Isaiah Berlin, acaso el liberal más sutil que produjo el siglo XX, comprendió que los tres ideales, tan bellos, de la Revolución Francesa son incompatibles entre sí. Sostenía que no se puede proclamar: libertad, igualdad, fraternidad. Pues a una criatura fatalmente escindida como el hombre solo le es dado pretender libertad, igualdad o fraternidad. De ahí la impotencia de la política y lo irresoluble del conflicto humano. A una escala algo más prosaica, el acontecer español recuerda esa mutua exclusión entre fines que se quisieran armónicos. Así, cabe amar locamente (al muy apasionado modo de Las Grecas) a Merkel y sus toscas recetas a base de aceite de ricino.

E igual procede oponerse con ardor guerrero a cualquier subida de tasas e impuestos. Lo que no resulta posible, ¡ay!, es mantener ambas querencias al tiempo. Salvo que se esté dispuesto, claro, a mutilar las pensiones de los jubilados o, en su defecto, a suprimir el seguro de desempleo abandonando a los parados a su suerte. Una opción que ni siquiera nuestros más implacables neodarwinistas se atreven a verbalizar en público. Pero ése, y no otro, es el dilema al que nos aboca la empecinada cerrazón de Alemania con el objetivo de déficit. Porque no existe alternativa posible: o más impuestos o menos pensiones. Y ello pese a que no hay en España una sola barra de bar donde se ignore la fórmula magistral, rápida, sencilla e indolora a fin de sanear las cuentas públicas en un plis-plas.

Por algo, aquí, el más tonto fabrica relojes. Los números, sin embargo, resultan casi tan tozudos como la Dama de Cemento. Repárese al respecto en que sanidad, educación, pensiones, prestaciones por desempleo, nóminas de los funcionarios e intereses de la deuda absorben tres de cada cuatro euros del presupuesto. En el difunto 2011, 348.000 millones sobre un gasto total de 468.000 millones. Y recortar cuarenta mil de una atacada en la otra cuarta parte, simplemente, es imposible.  Por muchas vueltas que se le quiera seguir dando al chocolate del loro, al final, habrá que encarar la disyuntiva: o el Gobierno procede a subir el IVA y los impuestos especiales o baja las pensiones. Ya se sabe, hay amores que matan. Como el de la Merkel.

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