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José García Domínguez

Otro caso cerrado

En fin, una verdadera lástima lo de Rosillo. Más que nada porque unas cuantas causas que se habrán de ver en breve en los Juzgados de Barcelona se han quedado sin el principal testigo de cargo. Pero ya se sabe, el corazón es muy traicionero.

Ocurrió el pasado domingo, 21 de octubre. Un empleado del servicio de habitaciones del Hotel Ambassador de Ciudad de Panamá descubrió hacía el mediodía el cadáver de un cliente tendido sobre la cama de su suite. Por lo demás, el cuerpo no mostraba signo alguno de violencia, y la policía judicial panameña aún ignora a estas horas la causa del fallecimiento. Quién sabe, quizás un ataque de corazón. Lo que las autoridades del canal sí han podido confirmar oficialmente es que el difunto estaba en posesión de un pasaporte español a nombre de John Rosillo.

Recuerdo que supe de ese John Rosillo allá por la época de las Olimpiadas cuando en la Ciudad de los Prodigios se hacían amigos para siempre a la sombra de la pax catalana. Y que algo más tarde volví a tener referencias suyas. Fue al leer una nota breve en la sección de sucesos de un diario local informando de que el accionista único de una sociedad inmobiliaria y financiera barcelonesa había estado a punto de morir asesinado en una barriada de chabolas de Caracas. El infortunado capitalista resultó ser un deficiente mental que acostumbraba a mendigar en el Turó Park, el recoleto jardín que oxigena la zona alta de la capital catalana.

Según la nota del periódico, el pobre trastornado declaró luego a la Policía que "un señor" le había regalado "mucha ropa de marca" –Armani, por más señas– y joyas de oro, antes de hacerle firmar "unos papeles" y meterlo en el avión rumbo a Venezuela con con unas señas donde lo recibirían "unos amigos". Al parecer, meses antes del incidente Rosillo había decidido asociarse con aquel enfermo de nacimiento para acometer juntos una de las mayores operaciones inmobiliarias de la historia de la ciudad: el proyecto Diagonal Mar.

John, buen amigo de algún hijo de Pujol y otros jóvenes prometedores de la ciudad, saldría mejor parado que su socio el mendigo en aquella aventura empresarial. Así, no sólo acertó comprando los terrenos para las obras justamente a Macosa (empresa extorsionada entonces por la banda del juez convergente Lluís Pasqual Estivill), sino que, al poco, la zona multiplicaría su valor al resultar elegida por la Administración como sede del Forum. Además, para colmo de dichas, la empresa del minusválido del parque se ofrecería para cargar con todas las deudas ante Hacienda derivadas de la operación.

El problema surgió cuando al salir de una de aquellas fastuosas fiestas de vino y rosas que lo hicieran célebre en los ambientes de la Barcelona divina, Rosillo dio en empotrar su Bentley contra el utilitario de un joven de Gerona, que fallecería en el acto. Demasiadas complicaciones de golpe. Sobre todo, después de trascender que no había funcionado la petición de clemencia que realizó Macià Alavedra en persona, entonces consejero de Economía, ante el juez que llevaba el asunto del subnormal. Habría que poner tierra por medio, y Panamá no era un mal destino.

En fin, una verdadera lástima lo de Rosillo. Más que nada porque unas cuantas causas que se habrán de ver en breve en los Juzgados de Barcelona se han quedado sin el principal testigo de cargo. Pero ya se sabe, el corazón es muy traicionero.

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