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José García Domínguez

Por qué ha triunfado Trump

Guste o no, el Estado del Bienestar es el complemento políticamente imprescindible de cualquier economía que se quiera internacionalizada y abierta.

¿Por qué hay países muy ricos en los que el tamaño del Estado es relativamente pequeño y otros países igual de ricos donde el Estado, en cambio, resulta ser muy grande? ¿Por qué el sector público de Estados Unidos – al igual que el de Australia o Japón – apenas roza el 35% del PIB, mientras que el de Suecia – como el de Holanda o el de Bélgica – prácticamente lo dobla, al alcanzar en torno al 60%? No se trata, por lo demás, de una pregunta retórica o baladí. En absoluto. Porque entenderlo, descubrir qué hay tras esas discrepancias tan acusadas entre economías similares en lo demás, es lo que permite comprender que una cosa como Donald Trump haya alcanzado la nominación republicana para presidir los Estados Unidos. Todo el mundo sabe que el Estado comenzó a crecer con gran rapidez en las economías desarrolladas a partir del final de la Segunda Guerra Mundial. Lo que no todo el mundo sabe, en cambio, es que creció mucho más en los países cuya dependencia del comercio internacional era mayor.

Y no se trata de una teoría sino de una evidencia empírica mensurable. Cuanto más abierta al exterior es una economía, más grande es su Estado. Ocurre siempre, en todas partes, con independencia de que ocupe el poder la izquierda o la derecha, los socialdemócratas, los conservadores o los liberales. Es algo transversal. La correlación positiva entre el volumen del comercio exterior y el tamaño del sector público se revela muy alta por sistema. Eso, a la fuerza, tiene que significar algo. Y ese algo que significa posee una clara dimensión política. La dimensión que ha sabido identificar Trump, pues no otra es la clave de su inopinado éxito arrollador en las primarias. Ocurre, y ocurre en todas partes, que la población reclama redes de seguridad a los gobiernos cuando se ve expuesta de continuo a fuerzas económicas incontrolables, las propias del comercio internacional.

Es la muy humana aversión al riesgo lo que late tras esa contraintuitiva relación entre el tamaño del sector público y la apertura al proceso de globalización. Al cabo, la verdadera causa de que la Gran Recesión no haya provocado un retorno al proteccionismo de los años treinta no es la superior sabiduría de los dirigentes actuales, sino el efecto parachoques de las protecciones sociales promovidas por el Estado en su día, como los seguros de desempleo o la medicina universal. Si en Europa no existiera eso, el gran colchón de seguridad que responde por Estado del Bienestar, la cola de los demandantes de aranceles, contingentes y muros de hormigón armado en todas las fronteras habría tendido a hacerse infinita. Y no por azar algo tan aberrante como Trump ha ido a emerger del submundo de la telebasura con rumbo a la Casa Blanca justo en uno de los contados lugares de Occidente donde ese amortiguador aún no existe. Guste o no, el Estado del Bienestar es el complemento políticamente imprescindible de cualquier economía que se quiera internacionalizada y abierta. O eso o Trump. No hay otra alternativa.

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