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José García Domínguez

Por qué los independentistas van a perder

Ni un solo independentista catalán lleva a sus hijos a un colegio en el que haya presencia significativa de inmigrantes. Ni uno.

El eterno día de la marmota catalana debe su existencia a que cualquier intento de salir de él conduce a dos callejones sin salida. El primero se llama referéndum pactado de autodeterminación y, empezando por sus propios promotores, todo el mundo sabe que jamás Gobierno español alguno lo autorizará. Por ahí, pues, no se va a ninguna parte. El otro callejón responde por secesión unilateral y la altura de su vuelo no resulta ser mucho menos gallinácea. Echarle un pulso a España, verbigracia el 1 de Octubre, no resulta imposible. Lo imposible es, y también se constató el 1 de Octubre, obtener apoyos internacionales de alguna relevancia mientras apenas representen la mitad escasa de la población.

Por eso la obsesión por ampliar la base de la facción independentista que usa la cabeza para pensar. Pero el problema es que su sistema educativo, orientado desde la guardería a servir de instrumento para la construcción nacional, ha fracasado con los catalanes de raíces no autóctonas. Por lo demás, hablen como primera lengua catalán o castellano, los nacionales – de España– que habitan en la demarcación comparten una pauta natalista similar: ni los unos ni los otros muestran demasiado entusiasmo por traer hijos a este mundo. Por esa vía, la de las salas de maternidad de los hospitales, tampoco vamos a desempatar a largo plazo.

Su única esperanza reside en los vástagos de la inmigración extranjera, el exclusivo grupo de la población que muestra algún afán por reproducirse. Así las cosas, la pregunta es: ¿serán indepes todos esos chavales dentro de 15 o 20 años? Y la respuesta es no. Yo soy barcelonés, conozco muy bien mi ciudad y, por tanto, sé positivamente que las autoridades mienten cuando me explican extasiadas que habito en una gran comunidad urbana multicultural. Si Barcelona, y con ella Cataluña toda, fuese multicultural la independencia no constituiría una quimera.

Pero ni Barcelona ni Cataluña resultan ser multiculturales. Lo que ha vivido Barcelona desde el cambio de siglo no es un proceso multicultural sino un proceso de guetificación, asunto bien distinto. Ni un solo independentista catalán lleva a sus hijos a un colegio en el que haya presencia significativa de inmigrantes. Ni uno. Esperar que salgan algún día separatistas convencidos de ahí, del gueto, tiene la misma probabilidad de éxito que tratar de encontrar grupos militantes de nacionalistas franceses en la Banlieue de París. Esta guerra la van a perder.

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