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José García Domínguez

Por qué se abstienen los de Hospitalet

Pues porque no son estúpidos. Simplemente, tienen ojos en la cara.

Como ha ocurrido absolutamente siempre en la historia contemporánea de la Cataluña autónoma, con la única excepción de los comicios plebiscitarios previos al conato de independencia de 2017, la población catalana de raíces familiares no autóctonas ha vuelto a abstenerse de modo estadísticamente significativo. Como siempre, sí. Pero, ojo, conviene no olvidar que estamos hablando de electores, esos crónicamente indiferentes a quien dirija el Gobierno de la Generalitat, que en su inmensa mayoría han nacido en Cataluña (los miembros de la generación de aquellos inmigrantes meridionales que arribaban en oleadas a los suburbios de Barcelona y sus alrededores a principios de los sesenta, o han muerto ya o son octogenarios). Rasgo, el arraigo territorial que cabe presumir a gentes que nunca han habitado en un entorno distinto al suyo actual, al que habría que añadir la circunstancia nada baladí de que todos ellos, los integrantes de esa cohorte poblacional descendiente de la inmigración interna de los sesenta, han sido educados íntegramente en Cataluña e íntegramente en catalán.

Bien, pues siguen absteniéndose en las elecciones domésticas exactamente igual que hicieran sus padres. Exactamente igual. A menos que estemos muy a punto de que se declare una guerra civil con muertos por las calles, la situación que vivimos tan de cerca en Cataluña hace cuatro años, ellos no votan. Sus padres votaban por norma al PSOE en las generales y, también por norma, se quedaban en casa en las autonómicas porque creían que eso, la Generalitat, era solo para los catalanes (y ya sabemos lo que significa la voz catalanes). Pero ellos, a diferencia de sus padres, no sólo lo creen; ellos lo saben. ¿Por qué tendrían que mostrar interés por votar si, gobierne quien gobierne, ya sean los separatistas o los socialistas del PSC, más del 95% de los cargos públicos de la Generalitat, desde los consejeros del Gobierno y los diputados hasta el último responsable político de cualquier departamento, poseen exclusivamente apellidos autóctonos. ¿Cómo van a considerar que TV3, con miles de empleados en nómina, sea su canal público de televisión si Julia Otero fue la única charnega que logró colarse en su parrilla de programación desde que se fundó la cadena hasta hoy? Porque no son estúpidos. Simplemente, tienen ojos en la cara.

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