Con la grave solemnidad de quien anuncia al mundo el descubrimiento de la sopa de ajo, acaban de revelarnos en Génova que, a partir de 2009, Mariano Rajoy "hará hincapié en los mensajes emotivos para acercarse más a los ciudadanos". Acusemos recibo, pues, de que el de Pontevedra abundará en los mismos recursos que cualquier product manager de Coca Cola Zero frente a la rutinaria papeleta de batallar contra Pepsi Light en las estanterías del Caprabo. Que, en realidad, no existe diferencia significativa alguna entre nuestra mercancía y la de la competencia, que ya todo es uno, igual y lo mismo, pues nada, a tirar de emociones. Venga, emoción, mucha emoción, que es lo único que vende.
Por lo demás, poco importa que apelando a ese ardid obsceno, el de la sentimentalización de la política, aquí y en Lima, sólo quepa congraciarse con la plebe, con la masa en el sentido más orteguiano del término. De ahí que sean precisamente ellas, las emociones, quienes gobiernan y determinan la conducta civil no de los verdaderos ciudadanos, sino de los genuinos idiotas; es decir, de todos aquellos que responden con sus actos a la original etimología griega de esa palabra: los que viven ajenos a las ideas de la polis, atentos únicamente a sus intereses particulares. Al cabo, si en verdad Rajoy ansiara acercarse a los ciudadanos, el presunto líder de la presunta oposición habría prometido justo lo opuesto a eso que nos augura.
Es decir, hubiese asegurado que, desde ya, únicamente llamaría, con sólidos argumentos políticos, al divino don del raciocinio, a la gracia del entendimiento, a la humana capacidad para discurrir que va indisolublemente unida a la condición de ciudadano. Mas, ¡ay!, comprometerse con ese propósito exigiría cargar dentro de la cabeza con algo parecido a una genuina alternativa política, ideológica y cultural a la ecléctica nada que encarna Zapatero. Demasiado para este PP. Imposible de hecho.
Mejor, pues, entregarse al pueril juego de las emociones y de los sentimientos. Y, ya puestos, también al muy cateto entretenimiento de las imitaciones; por cierto, cuanto más obvias y burdas, tanto mejor. Que por algo, el "Sí, podemos" del otro acaba de transmutarse en ese prosaico "Queremos" que, a partir de ahora, habrá de presidir todos los actos públicos de Rajoy. Total, con lo poco que costaría confesar la verdad. Es decir, quiero y no puedo.