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José García Domínguez

Queremos

Ya puestos, mejor entregarse al muy cateto entretenimiento de las imitaciones; por cierto, cuanto más obvias y burdas, tanto mejor. Que por algo, el "Sí, podemos" del otro acaba de transmutarse en ese prosaico "Queremos".

Con la grave solemnidad de quien anuncia al mundo el descubrimiento de la sopa de ajo, acaban de revelarnos en Génova que, a partir de 2009, Mariano Rajoy "hará hincapié en los mensajes emotivos para acercarse más a los ciudadanos". Acusemos recibo, pues, de que el de Pontevedra abundará en los mismos recursos que cualquier product manager de Coca Cola Zero frente a la rutinaria papeleta de batallar contra Pepsi Light en las estanterías del Caprabo. Que, en realidad, no existe diferencia significativa alguna entre nuestra mercancía y la de la competencia, que ya todo es uno, igual y lo mismo, pues nada, a tirar de emociones. Venga, emoción, mucha emoción, que es lo único que vende.

Por lo demás, poco importa que apelando a ese ardid obsceno, el de la sentimentalización de la política, aquí y en Lima, sólo quepa congraciarse con la plebe, con la masa en el sentido más orteguiano del término. De ahí que sean precisamente ellas, las emociones, quienes gobiernan y determinan la conducta civil no de los verdaderos ciudadanos, sino de los genuinos idiotas; es decir, de todos aquellos que responden con sus actos a la original etimología griega de esa palabra: los que viven ajenos a las ideas de la polis, atentos únicamente a sus intereses particulares. Al cabo, si en verdad Rajoy ansiara acercarse a los ciudadanos, el presunto líder de la presunta oposición habría prometido justo lo opuesto a eso que nos augura.

Es decir, hubiese asegurado que, desde ya, únicamente llamaría, con sólidos argumentos políticos, al divino don del raciocinio, a la gracia del entendimiento, a la humana capacidad para discurrir que va indisolublemente unida a la condición de ciudadano. Mas, ¡ay!, comprometerse con ese propósito exigiría cargar dentro de la cabeza con algo parecido a una genuina alternativa política, ideológica y cultural a la ecléctica nada que encarna Zapatero. Demasiado para este PP. Imposible de hecho.

Mejor, pues, entregarse al pueril juego de las emociones y de los sentimientos. Y, ya puestos, también al muy cateto entretenimiento de las imitaciones; por cierto, cuanto más obvias y burdas, tanto mejor. Que por algo, el "Sí, podemos" del otro acaba de transmutarse en ese prosaico "Queremos" que, a partir de ahora, habrá de presidir todos los actos públicos de Rajoy. Total, con lo poco que costaría confesar la verdad. Es decir, quiero y no puedo.

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