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José García Domínguez

Torra, la esquela

Seguro que soñó más de una vez con proclamar la República Catalana. Pero el Destino, cruel, guardaba otro empeño para él: airear un trapo.

Seguro que soñó más de una vez con proclamar la República Catalana. Pero el Destino, cruel, guardaba otro empeño para él: airear un trapo.
El condenado Quim Torra. | EFE

Tenía que pasar a la Historia, con mayúscula, por haber llevado a la realidad la República Catalana, pero pasará de largo por la muy épica hazaña de colgar un trapo en un balcón. Heroicidad en la que, por cierto, lo sustantivo fue el balcón, no el trapo. Y es que el anodino agente de seguros Torra acaba de ser inhabilitado judicialmente no por ejercer el muy legítimo y democrático derecho a la libertad de expresión, piadosa cantinela que andan repitiendo por ahí Colau y los ministros de Podemos, sino por haber violado de forma contumaz el también muy democrático principio de neutralidad de las instituciones públicas durante los procesos electorales. Así, Torra seguiría siendo presidente de la Generalitat ahora mismo si hubiera colgado el trapito en el balcón de su domicilio particular, pero insistió en hacerlo dentro de un edificio que es propiedad de todos los ciudadanos de Cataluña, incluidos los que no comulgamos con su religión laica, que sumamos la mitad del censo. Por lo demás, el anodino agente de seguros Torra llegó en su día a presidente de la Generalitat no pese a ser un don nadie, sino precisamente por ser un don nadie.

Puigdemont, él mismo un aventurero indocumentado que acabó desposeyendo del liderazgo posconvergente a Mas merced a dosis infinitas de audacia, no podía arriesgarse a que su propio ejemplo personal volviera a repetirse. Y de ahí la súbita ascensión a los cielos domésticos de un ignoto gregario, uno de tantos que pueblan el pelotón catalanista de base, cierto Torra cuya máxima experiencia en la política institucional hasta entonces había sido ocupar el puesto número 11, ¡el 11!, en la lista electoral de Junts per Catalunya en la provincia de Barcelona. Con la intención manifiesta de humillarlo, Sala i Martín, el payaso de las chaquetas tan premiado por Esperanza Aguirre en su día, le preguntó a un recién nombrado president Montilla en La Vanguardia si había leído alguna vez Cavall Fort. Pero Montilla no sabía qué era Cavall Fort. Todos se rieron de él. Cavall Fort es la revista infantil con la que se socializan los nacionalistas justo tras salir del parvulario, algo así como el Flechas y Pelayos del separatismo catalán. El niño Torra, suscriptor confeso de Cavall Fort, seguro que soñó más de una vez con proclamar la República Catalana mientras ojeaba las viñetas de su revista favorita. Pero el Destino, cruel, guardaba otro empeño para él: airear un trapo.

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