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José García Domínguez

Rajoy, ese hombre

En puridad, el PP está en contra de la reforma por la misma razón que podría haberse pronunciado a favor: sin saber por qué. Y, a tenor de lo visto y oído, tampoco parece que les inquiete demasiado habitar en ese limbo ético.

Sólo hay algo más penoso desde el punto de vista intelectual que los argumentos de Zapatero para avalar la nueva Ley del Aborto: los que acaba de esgrimir Rajoy con tal de oponerse a ella. Así, barrunta el ministro de la Leal Oposición que procede derogar con urgencia esa norma porque "divide a la gente". Deslumbrante cavilación con la que, de paso, podríamos suprimir la Liga Profesional de Fútbol, la numismática y las tartas de manzana, deporte, hobby y especialidad de repostería que al fatal modo también escinden a la tropa en dos bandos irreconciliables: los partidarios y sus detractores.

Aunque, ya puestos, ¿por qué no eliminar al amparo de la doctrina marianil la propia democracia parlamentaria, esa institucionalización del disenso que se funda en la crónica disparidad de las opiniones del personal? En fin, si a Cánovas le llamaban El Monstruo, no sé yo cómo tendríamos que rebautizar al de Pontevedra. Por lo demás, su segunda enmienda filosófica a la totalidad de la Ley consiste en pregonar que "no hay necesidad de ella, como quedó claro el día de ayer [por la manifestación]". Ergo, la bondad o maldad moral de ampliar la despenalización del aborto depende del número de manifestantes que acudan a las concentraciones públicas en su apoyo o repudio. Acabáramos.          

En puridad, el PP está en contra de la reforma por la misma razón que podría haberse pronunciado a favor: sin saber por qué. Y, a tenor de lo visto y oído, tampoco parece que les inquiete demasiado habitar en ese limbo ético. Ideológicamente inconsistente, estratégicamente errática, políticamente inane, estéticamente arcaica, moralmente acomplejada, la derecha institucional que encarna Rajoy huye del combate ideológico como de la peste. De ahí esa parálisis discursiva, esa radical incapacidad para encubrir el simple oportunismo táctico con algo remotamente parecido a algún principio doctrinal.

Porque lo suyo, ya se sabe, es otra cosa: mayormente, el escalafón y los trienios. Son tristes funcionarios del Poder, unos caballeros apolíticos que leen el Marca y no se meten en líos, ni se manchan los zapatos en el cenagal del combate por los valores y los principios. Probos contables vocacionales, han venido al mundo para aplicar criterios de eficiencia administrativa a la gestión de algún presupuestos ministerial. Y punto. La política, que se la hagan los periodistas. Apañados vamos.

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